—Esta flor es la que más atrae el dinero, la encargué de una variedad carísima y tardaron varios días en traerla. ¿No te parece curioso? Justo el día que la pedí, cerraste el trato con el Grupo Olmo. Hay que cuidarla bien, capaz que nos trae aún más fortuna en el futuro.
Samuel miraba con fastidio la planta que habían colocado junto a la puerta. Su voz sonaba apagada, como si el peso del día le cayera encima.
—Mamá, el proyecto con el Grupo Olmo se vino abajo.
Penélope estaba a punto de pedirle a la cocina que prepararan algunos de los platillos favoritos de Noelia. La noche anterior, Marisa había armado otro escándalo, y de tanto estrés, Noelia volvió a tener complicaciones con el embarazo, así que ahora no le quedaba de otra más que quedarse en el hospital.
En su mente, Penélope seguía calculando: “En cuanto terminemos este proyecto, te encargarás de todo lo de NC y yo podré dedicarme cien por ciento a cuidar a Noeli.”
Incluso ya se imaginaba disfrutando esos días tranquilos después del retiro, rodeada de su familia.
Tardó un buen rato en asimilar lo que Samuel había dicho.
—¿Cómo que se cayó? ¡Si apenas iban a firmar el contrato! ¿Cómo es posible que todo se haya desmoronado tan de repente?—El rostro de Penélope cambió de inmediato, y los empleados de la familia Loredo ni se atrevieron a levantar la mirada; hasta sus movimientos eran tan cautelosos que el silencio se sentía pesado.
Todos sabían cómo podía ponerse Penélope. Cuando su carácter explotaba, era mejor no estar cerca.
Samuel se dejó caer en el sillón, sin fuerzas, y se revolvió el cabello ya desordenado. Volteó a ver la botella de champaña que alguien había dejado ahí y se le notó el fastidio.
—¿Quién la puso ahí? ¡Quítenla de una vez!
Las empleadas corrieron para llevarse la champaña.
Penélope se acercó apresurada a Samuel, el nerviosismo se le notaba en la voz.
—¿Qué fue lo que pasó? Dímelo ya.
Samuel seguía sin entender nada.
—Marisa... Si supieras que yo soy Samuel, seguro te arrepentirías de todo lo que hiciste.
El fastidio se le notaba por todos lados. Cuando ya no quedaba ni un solo empleado en la sala, Samuel miró a Penélope y preguntó:
—Mamá, ¿cuándo voy a poder recuperar mi identidad como Samuel? Solo así Marisa volverá a estar a mis pies, y dejará de hacernos daño a nosotros, a la familia Loredo.
Los ojos de Penélope se abrieron apenas por una rendija, y su voz salió como un susurro cargado de veneno.
—Cuando Noeli tenga a su bebé, entonces te sinceras con esa mujer y le dices quién eres de verdad. Déjala que se ahogue en remordimiento. Pero prométeme algo: pase lo que pase, no te le lances de inmediato. Hazla sufrir tantito, castígala como se merece. Así le das una lección, y de paso me dejas desahogarme a mí también.
Cuando Samuel se imaginó a Marisa llorando, suplicándole que la perdonara, una sonrisa triunfal se dibujó en su cara.
—No te preocupes, mamá. Eso ni lo dudes, yo mismo me encargaré de que pague por todo.

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