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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 94

Samuel se quedó unos segundos atónito antes de preguntar:

—Señor Olmo, ¿nos hemos visto antes en algún lado?

Rubén sonrió de lado, con ese aire que siempre traía encima.

—Quizá sí, quizá no, la verdad no lo sé. ¿Por qué lo preguntas?

Al darse cuenta de que estaba desviando el tema, Samuel recogió rápido el hilo de la conversación y llevó el asunto directo al grano.

—Todos sabemos que NC es mucho más adecuado para este proyecto que VQ. Me sorprende que de pronto hayan cambiado de opinión, ¿qué pasó?

Rubén, sin mirarlo, se concentró en el cuadro de óleo que tenía enfrente. No pudo evitar, desde lo más profundo, admirar el talento de Marisa. No por nada había entrado como la mejor a la Academia de Arte de Clarosol.

El cuadro mostraba un ramo de gardenias blancas, brillando como pequeñas estrellas en la negrura de la noche. Por primera vez, Rubén pensó en describir unas gardenias blancas como radiantes.

Levantó una ceja y murmuró para sí:

—¿Cómo es que terminó fijándose en alguien así?

Samuel, del otro lado de la línea, se mostró desconcertado.

—¿Perdón, señor Olmo? No le escuché bien, ¿qué dijo?

Rubén apartó la vista del cuadro y se dejó caer en el sofá, en una postura casi despreocupada.

—¿De veras crees que NC es mejor que VQ? Vaya, yo no lo veo así.

Samuel, al notar el giro brusco, trató de recomponer el asunto:

—NC sí es más adecuado que VQ. Si lo desea, señor Olmo, podemos preparar un informe completo con una comparación detallada...

Samuel tenía mucho que decir, pero Rubén ya no estaba interesado en escuchar.

Lo interrumpió de golpe:

—Yo solo hago tratos con personas, no con animales. Al menos, el jefe de VQ todavía se puede llamar persona.

Samuel, con el teléfono prestado del asistente de Rubén en la mano, se quedó sin palabras por varios segundos.

Rubén, por su parte, tampoco tenía ninguna intención de esperar una respuesta.

El asistente guardó el teléfono, lo limpió con una servilleta y le sonrió con amabilidad fingida.

—Solo soy un asistente, señor Loredo. Decírmelo a mí no sirve de nada, no tengo ninguna respuesta que darle. Si quiere hacer un escándalo, adelante, no me afecta.

Samuel echó un vistazo a la seguridad del Grupo Olmo, apostada afuera como si estuvieran esperando cualquier señal de problemas. ¿Cómo iba a atreverse a armar un alboroto ahí?

No le quedó de otra que salir del salón de reuniones, escoltado por los guardias, hasta que lo sacaron formalmente del Grupo Olmo.

...

Samuel regresó a la casa de los Loredo.

La cena de esa noche era de lo más ostentosa, incluso habían preparado champaña.

Penélope andaba moviendo a los empleados de aquí para allá.

—Esa maceta déjala en la entrada, da buena suerte. Y estos platos, no me gustan nada, sáquenlos y háganlos de nuevo.

Samuel entró al salón cabizbajo. Penélope, sin tener idea de lo que había pasado, lo tomó del brazo y lo jaló para presumirle la planta carísima que acababa de comprar.

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