Era un mensaje de Rubén.
Mañana ya era el día de la boda. El vestido de novia acababa de llegar en avión desde Italia, y Rubén, temiendo que no le fuera a quedar bien a Marisa, decidió que lo mejor sería que ella se lo probara cuanto antes.
Como no recibió respuesta, Rubén tomó la decisión por su cuenta: iría directamente a la casa de la familia Páez.
En la cocina, Yolanda iba y venía entre ollas y sartenes, cortando, friendo, sudando a chorros. Marisa la miraba y sentía un nudo en el pecho.
—Mamá, todos sabemos lo que significa que esa gente venga aquí a la casa. ¿Para qué molestarnos en atenderlos?
Yolanda se limpió el sudor de la frente y, con paciencia, trató de tranquilizarla.
—Mira, Marisa, al final de cuentas son familia de tu papá. Él ya ha hecho bastante por nosotros al alejarse de ellos. Por lo menos hay que tenerle un poco de consideración, no vayamos a romper del todo la relación.
...
La comida estuvo lista al poco rato.
Marisa no quería servirle nada a ese grupo, pero si ella no lo hacía, todo iba a recaer en Yolanda. Y el solo pensar en eso la llenaba de preocupación por su madre. Así que, aunque a disgusto, terminó sirviéndoles bebidas y comida.
...
En la mesa redonda, la recién casada esposa de Guillermo, con un tono que destilaba presunción, soltó:
—Marisa, ¿dónde va a ser el banquete de tu boda? Mira, la de mi esposo y yo fue en el salón más caro de Clarosol. Un poco costoso, pero de verdad valió la pena. Lo bueno sale caro, ¿a poco no?
Guillermo, sin perder la oportunidad, añadió:
—Paola, ya sabes que haces esas preguntas solo para incomodarla. Aunque ese señor tenga algo de dinero guardado, no va a gastar mucho en una boda. Seguro algo sencillo y ya.
Paola Páez, cubriéndose la boca, soltó una risita. Encontrar algún motivo para sentirse superior a Marisa la llenaba de alegría.
Marisa miró a su prima política, notando la clara hostilidad que le tenía.
La verdad, nunca entendió cómo las rencillas de la familia Páez podían acumularse así por años, y Paola, que apenas llevaba unos meses casada con Guillermo, ¿de dónde sacaba tanta antipatía?
Palabras como esas, ni las personas más enemistadas se atreverían a decirlas en voz alta.
Pero a Paola le salían sin esfuerzo, como si nada.
De pronto Marisa perdió el apetito. Dejó los cubiertos a un lado, apenas iba a responder, cuando del otro lado de la puerta se escuchó movimiento.
Una voz grave, con una autoridad que se imponía sola, se dejó oír:
—¿Quién anda diciendo que soy un viejo? ¿Acaso me veo tan mayor? ¿O será que ustedes tienen una idea muy rara de lo que es ser viejo?

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