Yolanda, al ver que Rubén había llegado, no pudo ocultar su alegría. Se levantó rápido para recibirlo, casi tropezando de la emoción.
—¡Ay, Rubén! ¿Por qué no avisaste antes de venir? Así hubiera preparado más platillos para ti.
Rubén levantó la bolsa de papel blanca que traía en la mano, mostrándola como si fuera un tesoro.
—La boda ya está cerca y acaban de mandar el vestido en un vuelo exprés. Quería que Marisa se lo probara para ver si le queda bien. Le mandé mensaje, pero a lo mejor anda ocupada y no ha visto.
Paola miró con recelo la bolsa que Rubén sostenía, fijándose bien en el logo estampado. Dudó por un momento de lo que veía, incluso se frotó los ojos para asegurarse. No había manera de que estuviera equivocada.
¡Era de una marca italiana de diseñadores independientes! Una de esas marcas de vestidos de novia que sólo las familias con mucho dinero podían siquiera conocer, y mucho menos comprar.
Pero lo que más asombraba no era sólo el vestido. Era Rubén.
Se decía que Marisa se había casado en segundas nupcias con un hombre mayor, alguien con algunas conexiones en el mundo legal, y que la familia Páez la había entregado sólo para resolver el asunto de Víctor. Pero el hombre que tenían enfrente no era ningún viejo.
Al contrario, Rubén irradiaba elegancia y seguridad; se notaba que tenía una clase imposible de fingir. Su porte era impecable, y no sólo eso, también era muy atractivo.
Marisa, algo sorprendida, alzó el teléfono y vio que Rubén le había mandado un mensaje hacía media hora. Pero con tantos familiares de los Páez en la casa, ni ganas le daban de revisar el celular.
Se acercó, tomó la bolsa con el vestido y murmuró:
—Luego me lo pruebo, ¿quieres quedarte a comer con nosotros?
Rubén aceptó de inmediato, con una sonrisa tranquila.
—Dicen que el que llega temprano no siempre es el más afortunado, pero hoy sí que escogí bien el momento.
Sin esperar respuesta, se fue directo al asiento junto a Marisa.
Marisa se puso nerviosa. Estaba acostumbrada a que la criticaran, pero que ahora se atrevieran a hablarle así a Rubén era otra cosa. Temía que Rubén, tan acostumbrado a la cortesía y al trato fino, terminara pasando un mal rato con esa gente.
Pero la respuesta de Rubén dejó en claro que sus temores eran innecesarios.
Él se sentó con toda calma y, de manera natural, se acercó más a Marisa, como si hasta el simple contacto con Paola le resultara incómodo y quisiera alejarse.
Ese gesto, por sí solo, ya dejaba claro el rechazo que sentía por la familia.
Luego, echando un vistazo de reojo a los familiares de los Páez, habló con una serenidad aplastante.
—Si de mala educación se trata, la mía no es algo nuevo. Ya deberían estar acostumbrados. Pero si hablamos de Marisa, ella sí que tiene demasiada educación. Justamente por eso permitió que ustedes entraran a esta casa.
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