EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS romance Capítulo 12

Conrado cargó a Salomé en brazos mientras sostenía a su hija en la otra mano.

—¡Maldición! —exclamó, y su expresión hizo saltar a la niña, quien volvió a llorar y se aferró a él con fuerza, aún asustada por lo sucedido.

Conrado la abrazó y le susurró palabras tranquilizadoras.

—Tranquila pequeña, todo va a estar bien, tú y tu madre lo estarán.

Ni siquiera podía moverse, porque la pequeña no lo quería soltar y no quería dejar a Salomé, por eso esperó algunos minutos que llegaran sus hombres, para su alivio, llegaron en ese momento, pero cuando le iba a pasar a la niña a uno de ellos para alzar a Salomé, la niña no lo permitió se agarró con más fuerza escondiendo su carita en su cuello sin querer soltarse.

—Carguen a Salomé y colóquenla en el asiento trasero —ordenó, luego él subió, con la niña, tomó una manta que tenía guardada por el asiento trasero y cubrió a Salomé.

Después abrió la maleta que habían subido antes allí, tomó una ropa de la niña que estaba encima, le quitó la mojada y le colocó seca, fue en ese momento que pudo ver bien a la niña y sus ojos se encontraron, una extraña sensación se agitó dentro de él, sobre todo al ver los mismos ojos color chocolate fundido, que le devolvía el espejo todos los días, negó con la cabeza, pensando que entre el cansancio y el estrés por Grecia, lo hacían imaginarse cosas.

Giró su vista donde estaba Salomé, y cuando le iba a dar varios golpecitos en el rostro para hacerla despertar, se dio cuenta de que estaba hirviendo de la fiebre.

—¡Mierda! ¿Y ahora? —preguntó en voz alta.

—Señor, ¿A dónde nos dirigimos? —interrogó Loras.

Él lo pensó por un par de segundos y respondió.

—A la casa —fue su seca respuesta, pese a ello, Loras se mantuvo sin arrancar el auto y él frunció el ceño— ¿Qué ocurre? ¿Acaso no escuchaste mi orden?

—Es que es extraño que usted lleve a una desconocida a su casa… —antes de que pudiera continuar hablando, Conrado lo interrumpió.

—¿Estás cuestionando mis órdenes? —inquirió y el hombre negó con la cabeza.

—No, señor, por favor discúlpeme —dijo Loras y arrancó por fin la camioneta.

Conrado recostó la cabeza en el asiento, mientras pensaba en todo lo ocurrido en las últimas horas, era cierto que no le gustaba llevar personas que no conocía a su casa, pero necesitaba a esa mujer.

Él sabía que ella no tenía a dónde ir, no podía dejarla tirada enferma y con una niña, además, esperaba poder controlarla, quizás si él le prestaba ayuda, ella se sentiría obligada a donarle sangre a su hija y mantenerla a salvo, después de todo eso era lo único que le importaba.

Durante el camino, Conrado no dejó de mirar a Salomé, le pareció una mujer bonita, pero ya sabía cómo era su comportamiento, era de las que se les lanzaba a los extraños para besarlos; una expresión de molestia cruzó su rostro, porque le irritaba estar preocupado por su estado, necesitarla y protegerla, aunque claro se dijo, que eso lo hacía por su hija.

—Melquíades debes conseguir más donantes de sangre para mi hija, págales, ofréceles lo que quieras, pero debo garantizar que Grecia tenga toda la sangre necesaria para su recuperación.

Finalmente, llegaron a su casa y Conrado llevó a Salomé y a su hija adentro. Las acomodó en una de las habitaciones de servicio y llamó a su médico personal para que las revisara.

Después de unos minutos, el médico llegó y examinó a Salomé, quien estaba sufriendo de una fiebre alta. Conrado estaba de pie en la esquina de la habitación, observando mientras el médico realizaba su examen. Aunque no le gustaba mostrar preocupación por los demás, no podía negar que estaba inquieto por la salud de Salomé.

Luego de examinarla, el médico se volvió hacia Conrado.

—Es solo un resfrío por la lluvia, el estrés de lo que vivió, hay que quitarle toda esa ropa mojada, Le he recetado una medicación para la fiebre, así como unas instrucciones para su recuperación. Asegúrese de que tome el medicamento según las indicaciones y descanse. Vigile su temperatura y sus niveles de hidratación. Si su estado empeora o no mejora en los próximos tres días, póngase en contacto conmigo de inmediato.

Conrado asintió con la cabeza, agradeciendo la información.

Luego el médico fijó su atención a la niña, pero la pequeña estaba nerviosa y comenzó a llorar, despertando a Salomé que entre la nubla de su estado, se decía que debía despertarse para atender a Fabiana.

—¡Mi niña! Fabiana… aquí estoy —dijo la mujer incorporándose y haciendo amago para tomar a la niña.

—¡Tú no estás nada! ¡Túmbate y recupérate! No estás en condiciones de cuidar de ti misma, y mucho menos de nadie más —pronunció Conrado exasperado haciéndola acostar de nuevo.

La debilidad y el estado de Salomé era tanto que terminó cediendo, se recostó y cerró los ojos de inmediato.

El médico procedió a examinar luego a la niña y, tras un minucioso chequeo, dio cuenta de su estado.

—Ella está bien, se ve que es una bebé bien sana y cuidada… es hermosa… ¿La chica es familiar suyo? —preguntó el galeno con curiosidad.

—¿Por qué? —interrogó Conrado contrariado, sin aceptar o negar nada.

—Porque la pequeña se parece mucho a usted, el color de los ojos, su nariz, la barbilla, si no lo conociera, pensaría que es su hija —dijo el hombre, y Conrado frunció el ceño.

Capítulo 12. Un hombre furioso. 1

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