Conrado se pasó la mano por la cabeza con frustración, no le gustaba perder el control de lo que ocurría a su alrededor y eso le estaba pasando en ese momento, aunque lo hizo con una intención muy clara para él.
Pero le molestaba que fuera precisamente Imelda, la madre de su difunta esposa, quien dejará una leve amenaza en sus palabras, y no es que le temiera, sino que incluso para hacer las cosas bien, debías aparentar que no estabas haciendo nada.
Había algo que no le estaba cuadrando desde que Imelda llegó, y fue su actitud al ver a las niñas, una abuela preocupada se habría acercado a la nieta que le habían intercambiado y por lo menos le hubiese dedicado una mirada y ella no lo hizo, eso causó sospecha en él y una curiosidad por saber las razones de la mujer para actuar de esa manera, y no descansaría hasta averiguarlo.
Pero lo más que le preocupaba en ese momento, era la molestia de Salomé con él por haber dejado a las mujeres en la casa, no quería que eso dañara su relación, y aunque le explicó las razones, sobre el testamento de Laura, que no se había leído y que aún quedaba un poco más de un mes para que se cumpliera el lapso de seis meses para leerlo, y que mientras eso no pasara no podía echarlas de allí, ella no se veía agradada.
Lo único que logró apaciguar su molestia, fue decirle que luego de casarse, no la obligaría a quedarse allí conviviendo con ellas, porque apenas terminara la celebración se mudarían a la casa que había preparado para ellos.
Conrado dio un largo suspiro y comenzó a revisar los correos, vio uno de su asistente que le llamó su atención. Le dio clic y enseguida vio el resultado de la investigación que había mandado a hacer.
—¡Esto no puede ser posible! —exclamó con incredulidad en voz alta al ver su contenido—, Joaquín Román, el dueño de las empresas Romanós y quien le donó sangre a mi niña, era el exesposo de Salomé y padre biológico de Grecia.
Conrado se quedó en silencio por unos minutos, tratando de procesar la información que acababa de recibir. Todo esto era demasiado complicado y tenía miedo de cómo reaccionaría Salomé al enterarse de la verdad.
Se levantó de su silla y caminó hacia la ventana, necesitaba aclarar sus ideas, no podía dejar de pensar ¿Cómo le decía eso a Salomé? ¿Qué sentirá ella al verlo de nuevo? ¿Seguiría teniendo algún sentimiento por él? Y Ese hombre, seguro, intentaría arrebatarle el amor de Salomé y de sus hijas, meditó atormentándose ante esa idea.
No sabía si estaba actuando bien, pero el monstruo de los celos se agitó peligrosamente en su interior, necesitaba alejar a ese hombre de su familia. Le daría un proyecto bien lejos de allí, en la China si era posible, pero no lo quería allí en Danoka, cerca de su familia.
*****
Salomé había dejado todo organizado para la cena con la familia de Conrado, estaba nerviosa y eso se le notaba, tanto así que Cristal, su futura cuñada, se le acercó tratando de calmarla.
—Salomé, tranquilízate, todo va a salir bien, no es tan fiero el león como la pintan, mi familia es en apariencia muy elitista, pero realmente no lo son, quizás solo se trate de porte, pero no son abusadores, ni miran a la gente por encima del hombro, sé tú misma y terminarás encantándolos a todos… además, al más fuerte y gruñón te lo ganaste, que es Conrado, teniéndolo a él, a los demás, ya te los tienes ganado —dijo la chica tratando de animarla.
—Gracias, tus palabras me alivian, porque tengo miedo con lo que vaya a encontrarme —declaró sin poder contener su preocupación.
—Todo saldrá bien, por ahora, lo mejor, será que vayas a arreglarte, en un par de horas los invitados empezarán a llegar, sería bueno que tú y mi hermano los recibieran —propuso la chica y Salomé asintió.
—Entonces haré eso.
Salió de allí corriendo, sintiéndose bastante nerviosa, pasó por la habitación de las niñas, donde estaba la niñera con ellas.
—¿Están bien mis princesas?
—Perfectamente, ya las bañé y ahora me tocas leerles un cuento para que duerman —dijo la niñera.
Cuando las niñas la vieron se levantaron para pedir la atención de su madre, ella las besó y jugó un momento con ellas, miró en reloj y decidió irse a su habitación a ducharse.
Cuando llegó a su habitación, se metió directo a la ducha y en diez minutos estaba lista, caminó a buscar su ropa en el vestier, cuando lo abrió se quedó de una pieza con lo que se encontró, cubrió su boca con una mano para ahogar el grito que estaba a punto de salir.
Los vestidos que podían servirle para la cena, todos estaban tirados en el piso, destrozados y machados.
—¡No puede ser! —exclamó son poder creerlo.
Por un momento se quedó paralizada, sintiendo pesar al ver su ropa destruida de esa manera, y no le quedó duda de que alguien había entrado a su habitación a con el fin de destrozarla para hacerla quedar mal.
La mente de Salomé comenzó a pensar en que hacer, parecía correr a mil por hora. “¿Ahora que voy a hacer?”, se preguntó mortificada, porque no podía aparecerse vestida de jeans en una cena elegante.
Lágrimas de frustración comenzaron a salir de sus ojos, sabía que eso era obra de Ninibeth y la bruja de su madre, de eso no tenía dudas, pero ella no estaba dispuesta a dejarse derrotar por esas arpías.
En ese momento unos golpes en la puerta la hicieron salir de sus pensamientos, dio la voz para que pasaran y apareció la señora Cleo, quien al verla sin vestirse abrió los ojos sorprendida.
—Señora los invitados comenzaron a llegar ¿No está lista?
—No tengo nada que ponerme —pronunció con un suspiro.
—¿Y su ropa? —preguntó, pero Salomé no le respondió, solo hizo una seña hacia donde estaba tirada— ¡Por Dios, señora! Eso tuvo que ser obra de la vieja bruja, manchó todos sus vestidos claros y los oscuros los rompió ¡Son tan perversas! —exclamó indignada ¿Y ahora?
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