EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS romance Capítulo 3

A Salomé de nada le sirvieron sus súplicas, lamentos y juramentos de que jamás le había sido infiel, no hubo poder humano que hiciera desistir a Joaquín de su decisión, por eso se vio en la calle, con esa torrencial lluvia, mientras su pequeña no dejaba de llorar.

—Mami, teno fío —dijo la pequeña.

—Tranquila mi amor, ya encontraremos un lugar donde ir.

—¿Y mi papi? —preguntó la pequeña con su labio temblando y Salomé sintió su corazón partirse.

—Papi, pronto estará bien —le dijo sin poder dejar de llorar.

Le dolía su hija, su llanto, su sufrimiento, y ella se sentía a la deriva, confundida, no sabía a donde ir, jamás imaginó que su esposo se convirtiera en ese ser tan cruel que las sacó de la casa sin ninguna compasión.

Los truenos y relámpagos iluminaban la oscura noche, ella sentía el frío colarse por sus huesos, abrazaba a su pequeña con fuerza contra su pecho, sabía que debía calmarse, para poder pensar, porque entre el dolor, la tristeza, no podía hacerlo.

Comenzó a caminar saliendo de la verja de la que había sido su casa, Joaquín no la dejó sacar nada, solo al final le tiró su identificación, sin tarjetas, dinero, nada, estaba desesperada, porque no sabía qué iba a hacer ¿Cómo voy a cuidar a mi hija? ¿Cómo la alimentaré? ¿Cómo viviré? Con cada pensamiento su tormento era mayor.

Mientras caminaba sentía su cuerpo estremecerse del frío, y su pequeña hija se acurrucó en su pecho sin dejar de llorar, y eso le partió el alma, cerró los ojos tratando de buscar la fuerza en su interior y se le vino a la mente su mejor amiga, era la única persona que podía ayudarla, y aunque no vivía cerca, era su única salida, como no tenía forma de llamarla, decidió ir a su casa a pie, bajo la lluvia y en pijama, porque ni siquiera la dejó cambiar.

No supo cuánto tiempo caminó, un par de horas, quizás, pero cuando los vigilantes del edificio la vieron, como la conocían, le abrieron la puerta del vestíbulo.

La mirada de lástima no se hizo esperar, porque era evidente que no estaba vestida para andar bajo la lluvia, por lo que con solo verla se podía deducir lo que pasaba.

—¿Está bien, señora Salomé? —preguntó uno de ellos y ella asintió con la cabeza sin pronunciar palabras.

Los hombres no insistieron, para su buena suerte, entendieron el mensaje, le abrieron el ascensor y la enviaron al piso de su amiga.

El sonido del timbre resonó en el interior de la casa y, unos segundos después, la puerta se abrió dejando ver a su amiga Julia, una exclamación de sorpresa salió de sus labios al verlas en el estado en que estaban.

—Salomé ¿Qué hacen aquí y vestidas de esa manera?

—Joaquín me echó —pronunció en voz baja, mientras no dejaba de titiritar.

—¡¡¿Cómo así? ¿Por qué?!! —preguntó con incredulidad Julia.

Al mismo tiempo tomó a Fabiana en brazos y la envolvió en una toalla mientras le daba otra a Salomé y esperaba su respuesta, le costaba creer lo que su amiga decía por qué Joaquín era el hombre más dulce, paciente y amoroso que había visto, de hecho ver la bonita pareja que hacían, fue lo que le le hizo reconsiderar la idea de no casarse y por eso terminó casada con Armando.

—Dice que Fabiana no es su hija, le hizo una prueba de ADN y salió que no era su padre biológico.

—¿Te acostaste con otro y ni siquiera me contaste a mí? —interrogó su amiga y Salomé negó con la cabeza.

Capítulo 3. Una mano amiga. 1

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