EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS romance Capítulo 32

Cristal sonrió al ver la cara de incredulidad de Imelda, por el rostro de felicidad de su hermano, como poco lo había visto, era notorio que había arreglado las desavenencias con Salomé; su madre también sonrió aliviada, porque se había dado cuenta de que su hijo, mostraba una faceta relajada que nunca le había visto ni siquiera mientras estuvo casado con Laura, quizás porque su difunta esposa aceptaba su palabra sin rechistar, pero veía que Salomé a pesar de ser de apariencia más frágil y dulce, era una mujer con carácter.

Sin embargo, no todos los presentes estaban contentos con la noticia, porque la expresión de Imelda se transformó en una mezcla de ira y frustración, al igual que la de Ninibeth.

—¡Esa boda no se puede celebrar! —exclamó la mujer indignada, mientras pensaba al mismo tiempo en una forma de impedirlo—, ¿qué va a decir la gente que ni siquiera esperaste un tiempo de luto para volverte a casar? ¿Ese era el amor que le tenías a Laura?

La madre de Conrado, que hasta ahora había permanecido callada, no pudo controlarse e intervino.

—Resulta bastante hipócrita de tu parte que digas eso, porque cuando quedaste viuda no te importó que la gente te viera con una nueva pareja al mes de haber muerto tu marido, y te digo esto no porque te esté juzgando, esa es tu vida y estás en tu derecho de vivirla como quieras, lo traigo a colación, porque veo tu intención de hacer sentir mal a mi hijo… es cierto que tu difunto marido ayudó a mi esposo en una situación difícil, y por eso mi hijo terminó casándose con Laura, pero no pretendas hacer de eso una deuda impagable, Conrado no se va a casar con Ninibeth, para seguir pagándoles deudas, si llega a hacer eso, lo declaro indigno y lo desheredo, no soportaría seguir viendo sus caras intrigantes —pronunció indignada, aunque sin dejar a un lado su aire de elegancia.

Cristal observó la escena con fascinación, al ver a su madre defendiendo a su hermano con uñas y dientes, pero también con cierta preocupación. Sabía que la relación entre Conrado y Salomé no sería fácil, pero no esperaba que la noticia de su compromiso causara tanto revuelo.

Miró a su hermano y a su futura cuñada, quienes se mantenían tomados de la mano con firmeza, como si estuvieran listos para enfrentar cualquier cosa. Imelda resopló y se cruzó de brazos, visiblemente molesta.

Ninibeth, por su parte, no dijo nada, pero en su mirada se notó la rabia que estaba conteniendo, sabía que esas mujeres no se quedarían tranquilas y segundos después su nuevo plan quedó revelado.

—Por cierto Conrado, se me había olvidado, el abogado de Laura me llamó, por fin se va a leer el testamento —declaró más serena con aparente tranquilidad, como si siempre hubiese tenido ese as bajo la manga.

—¿Cuándo es la lectura? —preguntó el hombre sin ninguna expresión en su rostro.

—Lo siento mucho, traté de que lo fijara para luego de pasado mañana, pero fue imposible, así que será mañana, un día antes de tu matrimonio, a las diez de la mañana, en la biblioteca de esta casa, que cabeza la mía con tantas cosas que tengo pendiente, se me había olvidado decirte… ahora con permiso, voy a descansar —expresó con satisfacción, luego se giró y se dio la vuelta marchándose con su hija, sin poder contener su emoción.

Por supuesto que Conrado no le creyó ni un solo momento.

—No sé hijo, pero algo está tramando esa mujer… es sorprendente que de manera sorpresiva, ahora si estén ansiosos por leer el testamento. Me pregunto si ya no conocer su contenido.

Conrado miró a su madre entendiendo perfectamente sus palabras, porque justo eso era lo que él estaba pensando. Sabía que el testamento de Laura era un asunto delicado, tanto que viendo el rostro de felicidad de Imelda, era posible que trajera consigo desagradables sorpresas y conflictos. Y más con noticia inesperada de la mujer, de que se leyera justo un día antes de su boda.

Por eso la incertidumbre y el peso de las palabras de su madre se hicieron presentes en su mente, pero decidió mantenerse frío, no dejarse llevar por la paranoia. No podía permitir que eso afectara su relación con Salomé y el compromiso que habían adquirido.

—¿Acaso puede haber algo allí que cambie la situación entre nosotros? —interrogó con preocupación Salomé.

—Un testamento no cambiará mis sentimientos por ti, no te preocupes —le dijo acariciando su mano suavemente.

—¿Y ahora como haremos para los invitados a quienes les dijiste que no habrá boda, sepan que la hay? No sé por qué no aprendes a controlar ese carácter del demonio que te gastas —inquirió Cristal un tanto contrariada con su hermano, por haber cancelado la boda.

—¿Crees que no me controlé? Pues déjame decirte que lo hice… y no me importa que esos invitados no vayan, así haremos una celebración más íntima —señaló sin preocuparse mucho por eso, para después fijar su atención en algo más— ¿Ustedes van a volver al hotel o se quedarán aquí pasando la noche? —preguntó Conrado a su madre.

—Nos quedaremos aquí esta noche y tus abuelos, el resto de la familia, tus tíos y primos, será mejor que se vayan al hotel —respondió la señora.

Una hora después, cuando quienes se quedaron, fueron hospedados y los que no despedidos, por fin Salomé y Conrado, luego de ver a sus hijas, se fueron a su habitación.

—¿Qué pasa? Te veo un poco incómoda —preguntó Conrado, ella no contestó y él insistió—. ¿Aún estás molesta por lo ocurrido?

Se sentó a su lado y tomó su mano. Ella estaba un poco triste, porque algo le estaba rondando la cabeza.

—¿Tú no quieres a Fabiana? —interrogó ella con la voz quebrada.

—¡Claro que la amo! ¿De dónde sacas que no lo hago?

—Porque la ibas a dejar ir, y te ibas a quedar con Grecia, eso es porque solo te importa ella porque la criaste tú… eres tan odioso como… —Conrado no la dejó hablar.

—¡No! No me vayas a comparar con tu ex porque ¡Él y yo no somos iguales! Si propuse eso, es porque sé que no dejarías a Fabiana y como Grecia está enferma necesita protección y yo removería cielo y tierra por salvarla.

—¡¿Y crees que yo no?! Yo las amo a las dos, ¡Son mi vida! A una la di a luz, es parte de mi sangre y de mis genes, y la otra la he criado yo y es parte de mi corazón, perdóname, pero jamás dejaría a ninguna de las dos.

Capítulo 32. Inesperadas condiciones. 1

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