Las tres mujeres llegaron a tiempo para ver la escena de tensión que se estaba desarrollando en el jardín. Salomé fue la que gritó antes de acercarse a Conrado y tomarlo por el brazo, tratando de hacer que soltara la bazuca.
—Por favor, amor, ¡No has eso! ¿Quieres ir a la cárcel? ¿Qué el día de mañana tus hijas te teman porque asesinaste a unas personas? Al padre sanguíneo de una y al de crianza de la otra —pronunció en tono suplicante—. No vale la pena. Él no es nada para mí, pero tú sí lo eres, significas todo Conrado, porque yo te amo.
Conrado miró fijamente a Salomé, su rabia se disipó como si fuera un globo inflado al que puyan con un alfiler. Se dio cuenta de que la rabia lo había cegado y estaba a punto de cometer una locura que no solucionaría nada, por el contrario, le complicaría más las cosas. Bajó la bazuca y la dejó caer al suelo.
—Lo siento… tienes razón, mi amor —le dijo a Salomé con ternura—. Pero es que este desgraciado ha venido a provocarme en mi propia casa y eso no lo voy a tolerar.
El helicóptero donde estaba Joaquín descendió bastante, casi a punto de aterrizar y enseguida siguió provocando a Conrado, llamando la atención de Salomé.
—Salomé, mi amor, por favor, escúchame. Necesito hablar contigo, a solas. Podemos ser la familia que éramos… yo te amo, estoy loco por ti —comenzó a decir y Conrado empezó a hacer gestos despectivos.
—Si estás loco ¡Medícate! ¡Intérnate en un sanatorio mental! ¡Pero a mi mujer déjala en paz! —exclamó con indignación.
—¿Qué pasa Abad, tienes miedo de que yo pueda reconquistar a Salomé? ¿Cuándo ella recuerde que los momentos de felicidad y de amor conmigo fueron más que un solo error que cometí ¿Por qué no dejas que me le acerque? ¿Tienes miedo que la convenza? O ya sé ¡Eres una gallina Abad! —dijo hasta imitando el cacareo de una.
Esta vez Conrado no pudo controlarse más y explotó de rabia, se acercó donde estaba, y de manera inesperada saltó alcanzando por un pie de Joaquín, halándolo con fuerza y haciéndolo caer del helicóptero.
—¿Cobarde yo? ¡Imbécil! El único cobarde eres tú por haberte ensañado en contra de una mujer y su hija, poco hombre —y con la furia ardiendo, una vez que cayó al suelo, ni siquiera lo dejó levantarse, golpeó a Joaquín una y otra vez.
Las mujeres miraban horrorizadas y trataban de detener a Conrado, pero era como si estuviera poseído por una fuerza sobrenatural.
—¡Detente! ¡Esto es una locura! —gritó Salomé mientras se acercaba tratando de hacerlo entrar en razón.
Lamentablemente, su mente se nubló por completo, solo podía pensar en hacer pagar a Joaquín por su provocación, por el dolor que le causó a Salomé y a su hija, y por tener la cara dura de presentarse allí para tratar de destruir lo que ellos dos tenían.
Los golpes eran cada vez más fuertes y Conrado no paraba ni por un segundo. Los gemidos de dolor de Joaquín se mezclaron con los gritos horrorizados de las mujeres y el sonido seco de los puños de Conrado chocando contra su rostro.
La sangre comenzó a brotar del rostro de Joaquín, quien apenas pudo defenderse, porque no espero el ataque de Conrado. La rabia que estaba sintiendo el hombre, el temor de perder a la mujer que amaba y a su hija, se estaba liberando en esa escena violenta.
Con un grito surgido desde lo más profundo de su ser, Salomé lo detuvo, sobre todo por la amenaza que implicaba.
—¡¡¡Te detienes o juro que agarro a mis hijas y me voy!!! —exclamó indignada ante la actitud violenta de Conrado.
Al escucharla este se detuvo, vio el rostro ensangrentado de Joaquín casi inconsciente y sus manos llenas de sangre, sintió vergüenza porque se había descontrolado, sobre todo al ver a su mujer, su madre y su hermana, viéndolo con pánico, como si no lo conocieran.
Conrado se quitó de encima, mientras Salomé se enfrentaba a él, vio a su hermana pedir un botiquín de primeros auxilios y correr hacia Joaquín con evidente preocupación.
—No sé qué diablos te dio, ¿Cómo pudiste actuar como un loco? ¿De manera inconsciente? ¿Dónde está el hombre frío, inmutable? —inquirió sin ocultar en el tono de voz no tanto su indignación, sino su decepción.
—Cuando se trata de defenderte a ti mi control se va al carajo y él se lo buscó, vino a provocarme en mi propia casa —murmuró más calmado, pero ella no lo estaba.
—Estás actuando con un loco celópata, no eres un niño de cinco años o un adolescente hormonal al que se le provoca fácilmente —respondió enojada.
—¿Lo estás defendiendo? ¿Te duele lo que le pase? —inquirió molesto.
Salomé lo vio como si quisiera matarlo, pero no dijo nada, solo se giró y caminó hacia el interior, ignorando por completo sus palabras y eso enojó más a Conrado.
—¡¿Te vas a ir? ¿No me vas a responder?! —preguntó con un grito.
—No voy a responder necedades, me tienes muy decepcionada Conrado, ¿Sabes qué? —declaró con una expresión de fastidio— cree lo que te dé la gana y si quieres ve y mátalo, pero yo me niego a ser testigo de eso —pronunció y siguió caminando.
Conrado se quedó allí parado, preocupado, se pasó la mano por la cabeza en un gesto de desesperación mientras dirigía su mirada a Joaquín, quien se veía malherido, mientras su madre y hermana lo estaban curando, mirándolo a él de manera reprobadora.
Cristal, con la ayuda de su madre, lo levantaron y comenzaron a llevarlo hacia el interior de la casa y Conrado frunció el ceño.
—Lo que me faltaba ¿Acaso lo van a meter en mi casa? —inquirió molesto.
—Es lo menos que podemos hacer después que casi lo matas —protesto su hermana y Joaquín soltó una carcajada.
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