EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS romance Capítulo 41

Ninibeth se agachó con la intención de recoger el sobre y ocultarlo, pero cuando lo hizo Conrado fue más rápido y le puso el pie impidiéndole tomarlo.

—¡Déjalo allí! No se te ocurra recogerlo —expresó y la mujer se levantó, retrocediendo sin poder ocultar la palidez de su rostro por los nervios.

—Conrado no es lo que piensas —trató de explicar Imelda.

—¿Y según tú Imelda que estoy pensando? ¿Ahora adivinas los pensamientos? —inquirió mirándola por un par de segundos con una expresión de sarcasmo.

Conrado se inclinó y recogió el sobre del suelo. Lo revisó y se dio cuenta de que se trataba de un documento, y como las había escuchado hablar del testamento de Laura, supo que se trataba de eso.

Su corazón latió con fuerza, sabía que ese papel podía cambiar el rumbo de su vida. Miró a las mujeres fijamente, tratando de identificar alguna pista en sus rostros.

—Este es el testamento, de Laura, ¿verdad? —preguntó con voz firme.

Ninibeth e Imelda se miraron con terror, sabían que habían sido descubiertas. Conrado se acercó a ellas, su expresión se oscureció.

—¿Así que el otro testamento no es verdadero? ¿Qué están tramando con esto? ¿Por qué han venido a esta habitación sin mi autorización? —preguntó con enojo.

Sin esperar respuesta, rasgó el sobre, abrió lentamente y sacó el documento que estaba dentro. Sus ojos se abrieron de par en par al leer el contenido. Era el testamento original de Laura.

Las mujeres permanecieron en silencio, mirándose entre sí, sin saber qué decir. Conrado los observó con una mezcla de sorpresa y furia. Su voz sonó fría y amenazante cuando finalmente habló.

—Así que ustedes sabían todo este tiempo que el testamento que se leyó era falso y andaban buscando el verdadero para desaparecerlo —dijo Conrado, no fue una pregunta, sino una afirmación, apretando el documento en su mano—, lamentablemente, para ustedes lo encontré.

—Es muy probable que sea falso —trató de justificarse Imelda.

—Que conveniente para ustedes, porque este no las favorece, y aunque les permite vivir en su casa, esto solo sucederá hasta el momento que yo vuelva a contraer matrimonio y no les deja nada a ustedes.

—Conrado, tú no entiendes... —comenzó a decir Imelda, pero fue interrumpida por él.

—¡No, ya no inventes! No quiero más mentiras ni juegos. Me ha quedado todo claro.

Conrado caminó hacia las mujeres, con el documento en la mano. Ninibeth e Imelda retrocedieron, sintiendo el miedo invadiendo sus cuerpos. Él las miró con desprecio y les habló con voz dura.

—Ustedes dos han sido muy astutas, pero no lo suficiente. Yo sé que han estado tratando de manipularme desde que Laura murió. Pero tengan en cuenta que no soy un estúpido y que tarde o temprano termino descubriendo la verdad, no me conocen y tengan en cuenta que no permitiré que tomen lo que le corresponde a mi hija por derecho.

Las mujeres permanecieron en silencio sin saber qué decir, sus mentiras habían quedado descubiertas y Conrado no tenía ningún reparo en mostrar su ira hacia ellas.

Los ojos de Conrado brillaban con una mezcla de odio y desprecio.

—Deben tener claro que deben buscar para dónde irse, porque lo primero que tendrán que hacer cuando me case con Salomé es irse de esta casa, así no vaya a vivir yo en ella.

Ninibeth e Imelda se miraron con terror, sabían que sus días en esa casa estaban contados y que sus planes se habían caído, porque ni siquiera las escuchaba. No les iba a aceptar ese engaño, estaban en una situación difícil y tendrían que actuar con rapidez si querían tener alguna posibilidad de sobrevivir.

—Conrado, por favor, escúchanos —imploró Ninibeth con lágrimas en los ojos—. No sabíamos que el testamento era falso, estábamos aquí porque pensábamos que era extraño que mi hermana no quisiera que te casaras.

—Ya es tarde para eso, Ninibeth —respondió Conrado con frialdad—. No les creo nada, ustedes me han demostrado que no son de confiar y que están dispuestas a hacer lo que sea para conseguir lo que quieren. No puedo permitir que sigan aquí.

Sin decir más, Conrado salió de la habitación, dejando a Imelda y Ninibeth en completo silencio y con rostros pálidos.

Durante toda la noche no pudo dormir, pensando en lo que haría, no quería echar a las mujeres hasta que no recabaran las pruebas en contra y ver si ambas estaban involucradas en sus sospechas.

Capítulo 41. Otras verdades reveladas. 1

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