Conrado sintió como si el mundo se desmoronara a su alrededor. No podía creer lo que estaba escuchando, sintió que los oídos le zumbaban, tuvo la sensación de que nada de eso era real, incluso que todo era ajeno a él, no podía entenderlo ¿Cómo era posible que su hermana hubiera muerto en un accidente tan espantoso? Se quedó paralizado, sin saber qué hacer o decir.
Para Conrado era difícil aceptar que Cristal, su amada hermana, su niña, había muerto en un accidente automovilístico. Todo se sentía como una pesadilla, como si estuviera viviendo una tragedia de alguna obra de teatral.
Después de varios minutos, por fin pudo balbucear algunas palabras.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué?
El oficial Meléndez le dio los detalles del accidente, pero para Conrado todo era tan confuso. ¿Cómo podía haber sucedido algo así? ¿Por qué ahora que tenían la verdad, todo parecía derrumbarse en su contra? No podía creer que eso le hubiera pasado a su hermana, se negaba a aceptar esa realidad, ¿Cómo le pediría perdón por las palabras tan duras que le dijo?
Enseguida los recuerdos de ella, diciéndole que no la volvería a ver, martillaron en su cerebro, y debió respirar varias veces porque sentía que sus pulmones se habían quedado sin aire.
Conrado bajó el teléfono y se dirigió a Salomé, quien lo miraba con una sonrisa en el rostro, pero al ver la expresión en su rostro, supo que algo andaba mal.
—¿Qué pasa? —preguntó de manera nerviosa.
Y las lágrimas comenzaron a rodar por el rostro de Conrado.
—Salomé... Cristal, mi hermana... ha muerto. En un accidente automovilístico —pronunció Conrado entre sollozos, apenas logrando articular las palabras.
Salomé abrió los ojos de par en par, y se cubrió la boca sin poder creerlo. Sus ojos se llenaron de lágrimas al comprender la magnitud de la tragedia que acababan de recibir.
—No... no puede ser cierto. ¿Cómo... cómo pudo suceder eso? —murmuró Salomé, con la voz entrecortada por la angustia, teniendo la impresión de que era una broma de mal gusto.
Conrado asintió, tratando de encontrar la fuerza para explicar lo que el oficial Meléndez le había dicho.
—El oficial me dijo que se estrelló contra una cisterna… no hay rastros de su cuerpo… tengo que ir a ver… me duele tanto, de solo imaginar como ella se sintió ayer… cuando todos las señalamos, siendo inocente, y ella misma se sentía culpable… mi hermana no se merecía ese final —dijo, su voz quebrada por la tristeza y la incredulidad.
Salomé se acercó a Conrado y lo abrazó con fuerza, compartiendo su dolor y su conmoción. Ambos se aferraron el uno al otro, buscando consuelo en medio de la devastación.
En ese mismo momento Salomé pidió que la dieran de alta a su propio riesgo, no podía quedarse allí, mientras Conrado estaba destrozado, lo acompañó y cuando salían se encontraron con Joaquín, quien al ver su rostro angustiado, no perdió tiempo en preguntarles¬:
—¿Qué pasa?
—Cristal tuvo un accidente y… —antes de que terminara de decirle él preguntó.
—¿Está bien? —inquirió sintiéndose preocupado.
Y mientras Conrado estaba sumido en sus propios pensamientos, Salomé negó con la cabeza y le respondió.
—Le dijeron a Conrado que había muerto.
El rostro de Joaquín palideció, sintió como si le hubieran dado un golpe en el estómago sacándole todo el aire. La noticia era devastadora, Joaquín no podía imaginar cómo Conrado se estaba sintiendo en ese momento.
Había perdido a su hermana, no podía imaginarse como él se sentía.
—Lo siento mucho, Conrado. Lo siento mucho por ti y por tu familia. Si necesitas algo, cualquier cosa, estoy aquí para ayudarte en lo que sea. —dijo Joaquín, poniéndole una mano en el hombro.
Joaquín no pudo evitar sentir el nudo en su estómago, pese a que el último encuentro entre ellos había sido difícil, dejándolos en malos términos, no podía evitar sentirse profundamente afectado por la noticia de su muerte. Era terrible pensar que alguien tan joven y vibrante pudiera ser arrancado de la vida así. Apretó los puños, sintiendo ira, tristeza y la frustración burbujear en su interior, incluso un atisbo de culpa por haberla tratado como lo hizo burbujeó en su interior. “¿Por qué tenía que haber pasado esto?”, se preguntó.
Sin decir una palabra, los tres salieron del hospital y se dirigieron a la estación policial, y luego al lugar del accidente. La escena era caótica, con ambulancias y coches de policía por todas partes.
Conrado se adelantó, intentando encontrar algún rastro de su hermana, mientras Salomé y Joaquín lo seguían de cerca, tratando de brindarle apoyo en medio de su dolor.
Mientras caminaba Conrado encontró una pulsera que le regaló a su hermana cuando cumplió los quince años, la miró con el ceño fruncido mientras se quedaba pensativo.
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