La tensión en la habitación era pesada, ambos se miraban fijamente con una mezcla de ira y dolor, como dos contrincantes a punto de atacarse.
Salomé no podía creer que Conrado estuviera siendo tan egoísta al respecto y no le permitiera a Joaquín ver a su propia hija. Ella amaba a Conrado, pero no podía dejar pasar por alto esta actitud.
—Conrado, entiendo que Fabiana es tu hija, y decides quien la ve y quien no, pero con esta decisión le estás haciendo daño a ella, y en cuanto a Grecia también tiene un padre y merece tenerlo en su vida. ¿No te das cuenta de lo importante que es eso para ellas? —dijo Salomé con voz firme.
Conrado bufó con desdén.
—¿Importante? Ese hombre no puede ni siquiera cuidar de sí mismo, mucho menos podrá cuidar de un par de niñas. Yo soy el único que puede protegerlas y darles una vida digna. Y ya no confío en él ¡Es un maldit0 violador! —terminó explotando sin contener más su enojo.
—No puedo creer que le esté diciendo eso, yo lo conozco y sé que no es capaz de hacer eso —enfatizó Salomé negando con la cabeza.
—No metas tus manos al fuego por él querida, porque van a terminar chamuscadas, porque él mismo me lo contó y para prueba, está Gael el hijo de Cristal, ¿Sabes por qué lo concibió? —no esperó respuesta de ella y continúo—, porque abusó a mi hermana y no se lo voy a perdonar… todo lo contrario voy a buscar la manera de que pague por ello.
—Pero fue bajo los efectos de la droga, y si aplicamos la justicia, ella fue quien lo drogó… —intentó explicarse, pero Conrado la detuvo.
—¿Quieres culpar a mi hermana para defenderlo? —preguntó.
Salomé respiró profundo, prefirió quedarse callada, se alejó de Conrado, sintiendo la furia arder en su pecho. ¿Cómo podía Conrado hablar así de Joaquín? Era el padre de Grecia, además, no estaba de acuerdo que prohibiera el contacto con las niñas y mientras ella pudiera no se lo iba a impedir, porque ellos merecían verla, él las adoraba y ellas también a él.
Pero ella sabía que no tenía sentido discutir con Conrado. Él era terco y obstinado en sus decisiones, especialmente cuando estaba molesto y convencido de que tenía la razón, había que esperar cuando su ira se disipara que pudiera pensar bien y se daría cuenta por sí mismo de su error.
Decidió salir a tomar un poco de aire fresco. Caminó por el jardín tratando de liberar su mente de los pensamientos negativos.
No le gustaba esa actitud de Conrado, normalmente era un hombre objetivo e inteligente, pero cuando se sentía traicionado era implacable, sin embargo, le preocupaba Joaquín, si ya había intentado hacer una locura, no quería que con todo eso, se sintiera ha orillado a hacer cualquier cosa que después incluso Conrado lamentaría, por eso decidió llamarlo; justo cuando la lluvia empezó a caer y entró en el invernadero a esperar que cesara.
Entretanto Joaquín, después de que todos se fueron, se sentó en un banco alejado, su madre se sentó cerca preocupada, él permanecía como absorto, con su mirada fija en el vacío, mientras las palabras de Conrado no dejaban de martillarle en la mente, se recriminaba por todo y en el fondo pensaba que quizás su amigo tenía razón.
—¡Mi vida es un desastre! Desde que me dejé llevar por tus influencias —dijo en voz baja, como si solo estuviera afirmando un hecho, pero su madre lo escuchó muy bien.
Se dio cuenta de que Joaquín no estaba bien, por eso tenía miedo de alejarse, se sentó a su lado, tomándole suavemente la mano, le dijo:
—No sé lo que habrá pasado entre Conrado y tú, pero no le prestes atención.
Joaquín levantó la mirada e intentó sonreír, pero solo le salió una mueca.
—Tiene toda la razón, tú dices que me amas, qué harías todo por mí, y sí que lo has hecho, destruiste mi vida Luz Delia, me has sumido en la oscuridad, nunca has respetado mis decisiones, hiciste que perdiera a una buena mujer, a mi hija… —expresó con amargura.
La mujer se sintió conmovida por las palabras de Joaquín, lo veía destrozado, y sintió pena por él… ella lo amaba cómo no iba a hacerlo si era su hijo, pero ella quería una mujer perfecta para él, y sentía que ninguna mujer estaba a su altura, aunque debía reconocer que Salomé no era una mala chica, pero en verdad es que ella había creído que le había sido infiel a su hijo. Además, no le gustaba que no tenía familia, era una huérfana criada en un orfanato, le pareció que no estaba al mismo nivel de su hijo.
Pese a ello, debía reconocer que durante esos tres años de casados su hijo fue feliz, siempre sonreía, hasta ese día de los resultados de la prueba.
Los remordimientos pesaron en la mujer, y sintió tanta tristeza por su único hijo.
—Yo lo siento hijo… no ha sido con intención de hacerte infeliz, todo lo contrario, tu felicidad es importante para mí —dijo la mujer.
—Pero que mal lo has hecho, parece que quieres lo contrario —pronunció.
Las gotas de lluvia empezaron a caer.
—Ve adentro —le pidió, su madre dudó, pero al final la convenció—, ahorita te alcanzo.
Confiada de que él entraría, lo hizo primero ella, pero Joaquín no lo hizo, se quedó allí mientras cada gota de lluvia lo iba empapando poco a poco, escuchó el teléfono, repicar, pero no lo quiso atender, se perdió en sus pensamientos, sus tristezas, y se recriminó cada error, mientras se llevaba las manos a la cabeza con angustia y pegaba un grito de dolor.
Sus lágrimas se confundían con las gruesas gotas de agua que caían del cielo, esta vez con más furia, como si alguien hubiese abierto unas compuertas y dejado salir toda el agua.
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