Dino estaba a punto de salir del despacho, cuando se recordó que era lo que lo había tenido inquieto, por eso se regresó, tomó el teléfono y llamó a Melquíades.
—Hola, amigo, necesito que envíes a unos hombres a resguardar el lugar donde se llevará a cabo la subasta, para que patrullen unos en la periferia y los otros dentro, lo más pronto posible, tengo una corazonada —pronunció Dino con tono de preocupación.
"No te preocupes, ahorita salgo para allá” respondió Melquiades.
Sin pérdida de tiempo, llamó a varios de los guardias de seguridad para que se adelantaran mientras él conducía hacia el lugar, lo hizo a toda la velocidad permitida.
Cuando llegó justo unos hombres estaban escalando el muro, sin pérdida de tiempo tomó un par de nunchakus (*) en cada mano y caminó hacia el muro y enseguida derribó a dos de ellos, los otros tres se detuvieron y se lanzaron de nuevo a enfrentarse a él.
Melquíades se movió con agilidad, esquivando todos los golpes que los hombres intentaban darle. Con cada movimiento que hacía, su cuerpo musculoso se tensaba, y cortaba el viento, lanzaba patadas en algunos casos haciendo rodar a los hombres por el piso.
Ellos no eran rivales para él, Melquiades era un experto en artes marciales y había practicado durante años, perfeccionando día a día su técnica. Con un movimiento rápido y certero, lanzó sus nunchakus hacia un par de hombres, dejándolos inconscientes.
El otro par salió corriendo, llegaron los otros guardaespaldas y los envió a perseguirlos, respirando con fuerza, pero sin una gota de sudor, se acercó a los cuerpos y los revisó para asegurarse de que no tuvieran armas. Cuando se dio cuenta de que estaban desarmados, tomó su teléfono y llamó a Dino.
—Tenías razón, al llegar encontré a varios hombres que estaban escalando el muro, alguien debió enviarlos, tengo dos inconscientes, voy a llamar al jefe para que me diga lo que debo hacer con ellos.
Apenas cortó la llamada marcó a Conrado, quien lo atendió al primer repique, la voz seria del hombre se escuchó al otro lado de la línea.
“¿Qué ocurre Melquiades?”
—Por instrucciones de Dino, fuimos a hacer un recorrido en el salón de eventos y atrapamos a unos hombres que intentaron ingresar, los tengo inconscientes aquí, unos se dieron a la fuga y envíe por ellos, ¿Qué hago? ¿Los llevo a las autoridades o a nuestro campo de entrenamiento? —preguntó y enseguida recibió la respuesta del Conrado.
“La segunda opción es la mejor, encárgate de interrogarlos y me das la información de inmediato”.
Cuando Conrado cortó la llamada, Salomé fijó su atención en él.
—¿Qué ha pasado?
—Unos hombres intentaron entrar al salón donde se va a llevar a cabo la subasta —respondió y ella frunció el ceño preocupado.
—Debemos ir a ver, te imaginas que destruyan todo.
—No te preocupes, Melquiades y Dino son eficientes, ellos se encargarán, nunca me han fallado —manifestó con tranquilidad.
—¿Quién crees que esté detrás de todo esto? —inquirió ella con una mezcla de rabia y de inquietud.
—No lo sé, pero sea quien sea, se va a arrepentir de meterse con nosotros —respondió Conrado con determinación.
Salomé asintió en silencio, sabiendo que tenía razón. Conrado era un hombre de cuidado cuando se enojaba y no había quien pudiera detenerlo.
Salomé suspiró y le respondió con una voz sombría:
—Tengo una sospecha de quien pudiera estar detrás de esto, ¿Será posible que pueda ser Graymond Ballmer? Es muy probable que se haya molestado, porque seguramente ve que hacer nuestro evento un día antes que el suyo, es un reto, pero si es él lo voy a aplastar como una inmunda cucaracha —dijo indignada.
—Pudiera ser, sin embargo, si es un hombre poderoso y muy inteligente como estoy seguro, no lo creo capaz de usar estrategias tan rastreras como esa… en ese sentido no me cuadra, porque yo estando en su caso tomaría acciones diferentes, como presionar a los invitados, o incluso mover la fecha para el mismo día, me cuesta creer que ese sea su comportamiento. Vamos a esperar, para ver que saca Melquiades del interrogatorio.
Esperaron en la casa pendiente de los celulares, aunque Conrado podía llamarlo, no quería interrumpirlo, prefería que Melquiades le contara una vez que tuviera la información.
Mientras tanto, en el campo de entrenamiento, Melquiades interrogó con destreza a los tres, sometiéndolos a técnicas de interrogatorio que los llevaron a confesar que habían sido contratados por un hombre para sabotear la subasta.
—¿De quién recibieron las instrucciones? —preguntó Melquiades, sosteniendo el pequeño aparato en sus manos para dar descargas eléctricas, y así los interrogó uno a uno.
Vio el miedo en los ojos del hombre y sonrío.
—Si la respuesta que quiero escuchar es correcta, no pasará nada, pero de lo contrario no quiero estar en tus zapatos —dijo con una sonrisa de maldad.
El hombre asintió dispuesto a decir todo lo que sabía.
—Nos contrató un hombre con capucha, no nos contactó a través de una videollamada para que saboteáramos la subasta por una fuerte suma de dinero —dijo el hombre con voz entrecortada y una expresión aterrada.
Esas mismas se la hizo a los otros dos, con los mismos resultados, todos habían coincidido en la información suministrada.
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