EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS romance Capítulo 79

Salomé retrocedió ante la mirada amenazante de Conrado, pero luego se recompuso y lo miró con determinación.

—¡¡No te atrevas!! No me vas a obligar a hacer nada, que no quiera Conrado Abad. Y no voy a regresar a tu lado, hasta que no me pidas disculpas —expresó desafiante.

Conrado la miró muy enojado.

—¡¿Disculpas yo?! Cuando fuiste tú quien quiso que otro hombre distinto a tu esposa pujara por ti, pues no voy a disculparme —dijo con su rostro tan cerca de ella que la chica podía sentir su aliento, rozándole, al punto que ante ese leve contacto, sintió sus señ0s erguirse orgullosos, tanto que ella llevó sus manos al pecho para cubrirse de manera disimulada.

—Entonces, no hay nada de qué hablar, pareces un adolescente inmaduro.

—¿Inmaduro yo? ¡No me digas señora madurez! La que escapa de su casa a casa de sus suegros y esconde en una perrera —ella se puso roja al escuchar sus palabras, pero Conrado no se detuvo — ¡Ven a tu casa Salomé! Porque si no lo haces te vas a arrepentir Salomé Hill.

—¿Me estás amenazando? ¡Te recuerdo que fuiste tú quien salió de la habitación matrimonial!

—¡Y tú te fuiste de la casa!

—¡Si tú eres extremo, yo también! —espetó más furiosa.

Cuando el padre de Conrado se dio cuenta de que la pareja estaban cada segundo más molesto, intervino.

—Conrado, creo que es mejor esperar que los ánimos se apacigüen, no pueden discutir de esa manera, están las niñas y la están asustando —trato de tranquilizarlo.

—¡Tú no me des consejo! ¡Son un par de traidores! —dijo mirando también a su madre—, parece que soy hijo de nadie, porque ustedes se ponen de parte de ella, viendo que me hizo quedar en ridículo ¡Es más, ¡Ella no se quedará aquí!

Sin mediar más palabras caminó hasta ella y la cargó montándosela en el hombro como un costal de papa, Salomé se debatió y golpeó la espalda de Conrado, exigiendo que la bajara.

—¡Suéltame inmediatamente, Conrado! ¡Estás loco! ¡Troglodita, cavernícola, prehistórico!

Pero él la ignoró y siguió caminando hacia la puerta de salida. El padre de Conrado intentó intervenir nuevamente, pero su hijo extendió la mano para que se detuviera.

—¡No te metas, viejo! Esto es asunto mío. Quédense con sus nietas, mientras yo arreglo las cosas con esta traidora.

Salomé estaba furiosa, golpeaba la espalda de Conrado con sus puños cerrados, pero él no mostraba señales de ceder, su actitud era férrea.

Finalmente, llegaron al auto y Conrado la depositó en el asiento, pero ella se escapó por la otra puerta y él comenzó a seguirla.

—¡Auxilio, este loco me quiere secuestrar! —gritó corriendo por la calle mientras Melquiades, los padres y las niñas se privaban de la risa divertidos por la escena.

—Abuela bájame —pidió Grecia—, yo quiero jugar así como mamá y papá, para que me persigan a mí también.

—No están jugando Grecia, eso es una pelea de enamorados —señaló Fabiana con seguridad.

Los abuelos se vieron uno a otro sorprendido.

—Fabi ¿Cómo sabes qué es una pelea de enamorados? —le preguntó el abuelo con curiosidad.

—Cuando Cleo me está durmiendo, ella ve la televisión mexicana, y yo entrecierro los ojos fingiendo estar dormida para ver… la chica y el chico se pelean, pero luego se dan un beso de amor… papá tiene que atrapar a mi mamá y darle un beso de amor.

Los padres de Conrado negaron con la cabeza, sonriendo, viendo que por fin Conrado la había vuelto a atrapar, la sujetó con el brazo con firmeza.

—¡Ya cálmate fiera! Vas a asustar a las niñas, deja de huir ¡Vámonos! —exclamaba Conrado casi sin aliento, pero ella no cedía.

—¡No me iré contigo!

—Vas a escucharme, Salomé, hablaremos civilizadamente… te vienes conmigo y… y no voy a dejar que cenes con ese imbécil.

Salomé intentó soltarse de su agarre, pero Conrado la mantuvo inmovilizada.

—¿Eso es civilizado? Qué errada concepción, querer imponer tu voluntad, estoy cansada de tus celos y de que me quieras controlar Conrado Abad, no soy de tu propiedad, tengo derecho a tomar mis propias decisiones, tú no puedes obligarme.

Entre tanto, las niñas seguían observando la escena, pero Fabiana hizo un puchero de molestia, su abuela lo vio y le preguntó que le ocurría.

—¿Por qué estás molesta?

—Porque yo quería que papá besara a mamá, o que se la volviera a montar en el hombro y se la llevara, eso es de película y es divertido.

Los abuelos se carcajearon.

Por su parte, Conrado, que seguía su discusión con Salomé al escucharla decir las últimas palabras, sus ojos se llenaron de ira, pero también de dolor.

—No puedo creer que me digas eso, Salomé. Después de todo lo que hemos vivido juntos, ¿así de fácil me descartas?

—No estoy descartándote, simplemente necesito espacio para pensar, no puedo seguir en una relación, donde tus inseguridades nos controlen.

El semblante de Conrado se suavizó un poco, pero no soltó su brazo.

—Entonces, ¿qué quieres, Salomé? ¿Una separación? ¿Un divorcio? ¿Es eso?

Salomé abrió los ojos asustada.

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