Conrado llegó a la casa de sus padres, cuando entró ellos estaban en la sala de estar. Las niñas lo escucharon llegar y salieron corriendo, él las abrazó y cargó una en cada brazo, pero cuando vio a su sobrino Gael llegar corriendo detrás de ellas, las bajó para cargarlo a él, porque había empezado a llorar.
—¡Hola, campeón! ¡No seas llorón! Primero se cargan a las damas y luego al caballero —dijo saludando a su sobrino mientras le besaba con suavidad la frente, no lo había visto el día anterior, porque seguro estaba dormido.
En ese momento se acercaron sus padres y lo vieron tan sonriente que supieron que ya había arreglado su situación con Salomé.
—¿Sigues pensando que somos unos traidores? —preguntó su madre con una expresión divertida en el rostro.
—¡Por supuesto que lo sigo pensando! Que me haya contentado con Salomé, no significa que los he perdonado a ustedes, tienen los puntos muy malos conmigo. ¿Ya mis pequeñas están listas para irnos?
—Si papi, ya recogimos todo —dijo Grecia con una expresión de alegría en su rostro.
—¿Fabiana no dejaste nada? —le preguntó a la niña y esta frunció el ceño y se rascó la cabeza con preocupación sin estar segura si había recogido todo.
—Si papi, yo recogí todo lo de mi hermana, no dejamos nada —explicó Grecia.
—¿Hijo, no te vas a quedar a comer? —interrogó su madre.
Pero como Conrado ya tenía un plan que le estaba dando vueltas en la cabeza, se negó de inmediato.
—No mamá, no tengo hambre, gracias. Mejor me voy, quiere ir a ver unas películas con mis florecillas
Las niñas se despidieron de sus abuelos y su primo, y caminaron tomadas de la mano de su padre.
—¿Niñas ustedes quieren comer un delicioso pollo? —les preguntó.
Las niñas se miraron, porque aunque no tenían hambre porque su abuela las había alimentado, ambas adoraban el pollo frito.
—Papi, comimos, pero me quedó un huequito en el estómago del hambre, que se puede llenar con un muslo de pollo frito —dijo Grecia con seriedad y Conrado se carcajeó.
—Está bien mi amor ¿Y tú pequeña? ¿Quieres comer? —interrogó a Fabiana, pero antes de responderle la niña le hizo otra pregunta.
—Papi ¿Por qué mi mamá no vino contigo? ¿Están bravos?
—No amor, estamos bien, mamá iba a tener una cena de negocios.
—¿Dónde?
—En un restaurante del Hotel Plaza —explicó.
—¿Ese es el hotel grandote que está a la entrada de la ciudad? —interrogó Grecia, mientras Conrado afirmaba.
—¡Llévanos papá! ¿Podemos ir? —preguntó Fabiana.
Aunque Grecia estaba deseosa de ir, a la vez, tenía dudas. Por su parte, Conrado no esperó que Fabiana le propusiera ir, y quizás estaba haciendo mal, pero se moría por ir y era una buena excusa usar que sus hijas querían ir.
—¿Eso no va a poner brava a mamá? —preguntó Grecia con un tono de preocupación.
—¡Claro que no! Podemos ir al mismo sitio, estamos cerca sin que mamá nos vea y la vigilamos —dijo Fabiana con Seguridad que era tan tóxica como su padre.
—¿Vigilar es espiar? —su padre asintió—, ¿Eso no está malo? —insistió Grecia.
—No, porque se trata de nuestra mamá, además, la estamos cuidando, no creo que ella se moleste por eso —declaró enfática la pequeña Fabiana.
—Entonces vamos —pronunció Grecia con seguridad.
Conrado no dijo nada, solo suspiró, sintiéndose mal consigo mismo. Llegó al restaurante, estacionó el auto, ojeó el lugar buscando el auto que cargaba Graymond, pero no lo vio, suspiró, aliviado, tomó a cada niña de una mano, y al llegar a la entrada le preguntó al maître con discreción.
—¿Me puede decir cuál es la mesa que reservó el señor Graymond? —como vio que el hombre frunció el ceño, aclaró—, digo por qué él ganó la subasta de la fundación de la cual soy socio.
—Ah, claro señor Abad, ellos estarán sentados en una de las mesas ubicadas entre los dos salones, pidió situarlo donde hiciera menos ruido y circulación de persona —explicó.
—Perfecto, ubíqueme en un lugar donde la mesa del señor Graymond sea visible, pero que la mía no sea visible para él. No quiero llamar la atención, pero debo asegurarme de que todo esté bien.
El maître asintió y los condujo a una mesa estratégicamente ubicada. Conrado se sentó en el extremo donde tenía una vista clara del salón donde estaría la mesa de Graymond.
Las niñas se acomodaron en la mesa, emocionadas por la aventura de espiar a su mamá, les trajeron la carta, pero como ya tenía claro la comida, pidió pollo frito y papas fritas, era la comida preferida de las pequeñas.
Mientras esperaban la llegada de su pedido, Conrado aprovechó para conversar con sus hijas, tratando de distraerlas y prepararlas para que no terminaran descubriéndolo.
—Recuerden, niñas, no queremos que mamá nos vea. Solo queremos asegurarnos de que todo esté bien, comemos y luego nos vamos, ninguno puede decir nada, debemos hacer un voto de silencio ¿de acuerdo?
—Si papá así será —dijo Fabiana.
—¿Hacer un voto de silencio no es mentir? —interrogó preocupada Grecia—, las mentiras son malas.
—No vas a mentir, mentir es si te preguntan algo que sabes que es cierto y lo niegas —le explicó Fabiana y ella asintió, sin embargo, Grecia miró a su papá con una expresión de duda.
—Papi, ¿estamos haciendo algo malo al espiar?
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