Salomé sonrió al ver el reencuentro de Dino y Julia, miró a su esposo y le hizo una seña para que fuera hacia ella, y dejar a la pareja sola, sin embargo, Conrado cuando comenzó a caminar y antes de irse se acercó a Dino y le dio una palmada en la espalda, mientras se acercaba a su oído.
—No te preocupes, amigo, te dejamos la tarea fácil esta noche —le dijo en voz baja, con una sonrisa cómplice.
Dino asintió, aun mirando a Julia, con una mezcla de asombro y felicidad. Él sabía que se había alejado unos meses atrás, pero la verdad, es que no había dejado de sentir cosas por ella y ahora que la veía de nuevo, se daba cuenta de que todavía seguía enamorado.
Cuando Adri lo vio, frunció su frente en una clara expresión de molestia y se levantó.
—¿Qué hace él aquí? ¡Ese hombre es malvado! —exclamó la niña y comenzó a caminar hacia ellos, pero Fabiana se levantó y se paró en frente de ella.
—¡Dino no es malo! ¿De dónde sacas eso? —inquirió la niña molesta ante la actitud de su amiga.
Grecia también se levantó y con un tono calmado trató de mediar entre las dos.
—No vayan a pelearse, pero Adri no digas eso porque tío Dino no es una persona mala, no puedes hablar sin conocer a las personas —expresó la pequeña Grecia con tranquilidad.
Adri se cruzó de brazos y miró a sus dos amigas con desconfianza. No se dejó convencer y se mantuvo su postura firme.
—Lo sé porque mi papá me dijo que era un mal hombre —dijo Adriana molesta.
—Tu papá te mintió, porque tío Dino trabaja para mi papá desde antes que yo naciera, y siempre ha sido bueno con nosotros, y por si no lo sabías gracias a él estás con mi tía Julia —declaró enfática Fabiana.
Adri frunció el ceño y se quedó pensando en las palabras de su amiga, y sus labios temblaron, sin embargo, segundos después comenzó a llorar. Salomé corrió hacia ella, la iba a alzar, pero Conrado la detuvo.
—Deja amor, yo la levanto, tú no puedes alzar peso, llevémosla a la cocina y démosle un postre para calmarla.
Salomé tomó la mano de cada una de sus hijas y caminó con ellas tras de su esposo y de la pequeña Adriana.
—Quiero estar con mi mamá —exigió la niña.
—Escúchame nena —le comenzó a decir a Salomé—, deja a tu madre hablar con Dino, te puedo asegurar que él no es mala persona, es bueno, quiere mucho a tu mamá y a ti también, dale una oportunidad de conocerlo.
Salomé acarició el cabello de la niña, comprendiendo su dolor y la confusión que sentía. Sabía que era difícil para la pequeña aceptar a alguien que su padre había desacreditado, pero también era importante que entendiera que no debía juzgar a alguien sin conocerlo.
Mientras tanto, Dino y Julia estaban sentados uno al lado del otro, mirándose por un momento, incapaces de articular palabra. La sorpresa y la emoción inundaban sus rostros, mientras el resto de la sala los observaba expectante.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Julia, rompiendo el silencio.
—Conrado me invitó a cenar, no sabía que también vendrías tú —respondió Dino, tratando de controlar sus emociones.
—Salomé me invitó a mí y Adri, también desconocía que estarías aquí —él asintió y ella agregó—, creo que ha sido un plan de ellos.
Él le tomó la mano, la conexión entre ellos era palpable y ninguno podía dejar de mirarse.
—Creo que sí, y se los agradezco porque me alegra verte —dijo Dino—, te he extrañado mucho.
Julia sonrió.
—Yo también la he extrañado mucho. Pensé que nunca volvería a verte, porque no te interesaba una madre prácticamente soltera.
—Esa no es ninguna limitante, nunca he dejado de pensarte, si me alejé es porque no quería causarte problema con tu hija.
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