—¿Qué?
La mandíbula del hombre colgaba floja.
—Eres muy problemático.
Entonces, Patricio tuvo que buscar otra ramita. Incapaz de esperar más, el hombre empezó a escarbar en la popó con sus propias manos. Aparte de varias semillas no digeridas, no había nada más. De inmediato, la expresión del hombre fue tan oscura como un cielo tormentoso. Miró directo a Patricio y gruñó:
—¿Estás jugando conmigo?
—Oh, no. Parece que aún no lo ha logrado —suspiró Patricio mientras apoyaba su regordeta barbilla en la palma de la mano—. Vuelve mañana. Mañana traeré la popó fresca de Fifí a la escuela. Acuérdate de traer pinzas. Es mucho mejor que las ramitas. —Toda la cara del hombre se crispó como si tuviera un ataque. Cerró las manos en puños. Si la persona que tenía delante no fuera un niño de tres años, lo habría estrangulado allí mismo—. ¿Qué pasa? —preguntó Patricio con voz inocente. Agitó las manos delante de los ojos del hombre y preguntó—: ¿Te molestó el olor a popó?
El hombre respiró profundo, conteniendo el aura asesina que amenazaba con salir de él. Tratando de parecer amable, preguntó:
—Niño, ¿dónde está el loro? Llévame.
—Está en casa —soltó Patricio. Luego, miró con atención al hombre que tenía delante—. Espera, tú no eres el hombre de antes.
El hombre que tenía delante parecía feroz, como un villano. Sin embargo, su aspecto era similar al del otro hombre, y llevaba la misma ropa. Además, recordaba el incidente con gran detalle, y por eso Patricio pensó que eran la misma persona.
—Han atrapado a Pardo. Soy su hermano, Tigre. —El hombre agarró a Patricio y empezó a dar zancadas hacia la puerta trasera—. No te preocupes. Mientras me des el chip, no te haré daño.
—¡Déjeme ir! —Patricio empezó a forcejear y a patalear—. No puedo llevarlo a casa.
—Mocoso, deja de hacer un escándalo —gruñó Tigre.
Justo entonces, vio el auto de los Licano. «Parece que ya están aquí. Tengo que encontrar el chip antes que ellos, o será desastroso para mí». Tigre se dirigió hacia la puerta trasera con Patricio en brazos.
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