En el momento en que Adriana entró en la casa, Fifí voló a sus brazos y la dejó sin aliento.
—¡Mami, mami!
—¡Señorita, por fin ha vuelto! —La Señora Fresno soltó el trapeador y corrió hacia ella. Agarró el brazo de Adriana y dijo con lágrimas en los ojos—: ¡Oh, mi pobrecita, déjeme ver dónde la han herido!
—Solo fueron algunas heridas, nada grave… ¡Ay!
Adriana se dispuso a abrazar a la Señora Fresno, pero un dolor vertiginoso en el hombro se lo impidió. Miró hacia abajo y se estremeció.
—¡Mami, aguanta!
Fifí voló hasta posarse sobre el cabello de Adriana, dando un golpe en la cabeza de la mujer para reconfortarla.
—¡Fifí, querida!
Adriana se acercó y le dio unas suaves palmaditas en la cabeza al loro.
—¡Siéntese, vamos! —La Señora Fresno dirigió a Adriana hacia el sillón y la hizo sentarse—. Pobre chica. ¡Han pasado tantos días! ¿Por qué no se han curado del todo sus heridas?
—No pasa nada. Están empezando a curarse. —En la frente de Adriana aparecieron gotas de sudor—. Señora Fresno, estos son los medicamentos y suplementos vitamínicos que me dio el médico. ¿Podría ayudarme a guardarlos? Iré a cambiarme de ropa a mi habitación.
—¿Está segura de que puede sola? Puedo ayudarle a cambiarse.
El ama de llaves parecía insegura.
—¡No, está bien! El autobús escolar debe llegar pronto. ¿Por qué no va a recoger a los niños?
—Oh, claro. Mi memoria empeora cada día. Iré en cuanto guarde estas bolsas de medicinas.
La Señora Fresno ayudó a Adriana a ir a su habitación antes de ir a guardar todo. Después, bajó con Fifí a recoger a los niños. Adriana se puso la ropa con mucha dificultad. Justo cuando estaba a punto de tomar un sorbo de agua, sus hijos entraron corriendo en la casa y empezaron a gritar de forma ruidosa:
—¡Mami, mami, mami!
—¡Hola, mis queridos! —gritó ella.
Las tres albóndigas corrieron hacia sus brazos, golpeando su herida en el proceso. Tuvo que morderse con fuerza el labio para no gritar de dolor.
—¡Dios mío, niños, sean más suaves! —La señora Fresno los regañó—. Su madre…
—Está bien, está bien.
Adriana lanzó una mirada a la Señora Fresno, advirtiéndole que no sacara a relucir sus heridas ante sus hijos.
—Mami, ¿por qué estás sudando tanto? ¿Te sientes mal?
—Les prepararé pollo para cenar esta noche. ¿Quieren venir a ayudarme?
—De acuerdo…
Los tres salieron de la habitación después de ella. Adriana cerró la puerta de su dormitorio cuando se fueron. Cuando se miró a sí misma, se dio cuenta de que su ropa estaba empapada de sudor. No tuvo más remedio que dirigirse al baño y asearse antes de ponerse otra ropa… En ese momento, se escuchó un fuerte portazo cuando alguien golpeó la puerta principal de forma violenta.
—¿Quién está ahí? —llamó la Señora Fresno. Cuando abrió la puerta para ver quién era, dejó escapar un enorme grito—. ¡Es usted! ¿Qué está haciendo aquí otra vez?
—¿Por qué no puedo estar aquí? —Era la voz de Amanda.
Adriana se apresuró a ponerse la ropa. Sin embargo, debido a sus heridas, levantar la mano le costó mucho esfuerzo. Consiguió ponerse la camiseta después de un largo rato de lucha.
—Señora, por favor, váyase. No queremos problemas aquí.
—¿Quién demonios te crees que eres para hablarme así? —gritó Amanda, con una expresión de arrogancia escrita en su rostro—. ¿Dónde está Adriana? Dile que salga y hable conmigo ahora mismo.
—Señora…
Los niños salieron corriendo de la cocina cuando oyeron la conmoción. Al ver a Amanda de pie en la puerta con la furia escrita en su cara, gritaron:
—¿Quién eres? ¿Por qué has entrado en nuestra casa y cómo te atreves a comportarte de forma tan descortés?

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