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El Juego del Gato y el Ratón romance Capítulo 9

El sabor de los tamales que preparaba Julia era buenísimo y, además, los precios eran muy accesibles. Solo habían pasado unos días desde que empezó a vender y su negocio iba mejorando cada día.

Cuando no tenía clientes, Julia se sentaba en un banquito de plástico, mirando distraída la entrada de la Universidad Superior de Las Américas.

Pensaba en que, si no hubiera terminado en la cárcel ni hubiera sido expulsada de la USLA, quizá ya estaría por graduarse…

—Señorita, ¿me puede dar una orden de tamales de carne, por favor?

—¿Señorita? ¿Señorita?

Unas manos grandes pasaron agitándose frente a los ojos de Julia, y así logró volver en sí.

Al mirar hacia arriba, vio a un muchacho con uniforme de básquetbol.

El joven tenía el cabello castaño, los ojos rasgados y vivaces, y al sonreír se le marcaban unos colmillos puntiagudos que le daban un aire travieso.

Irradiaba tanta energía y vitalidad que Julia se quedó viéndolo, sorprendida por un instante.

Avergonzada, Julia se levantó, se limpió las manos y se puso a preparar los tamales.

No sabía que, justo en ese instante en que lo miró, el muchacho también se quedó embobado.

—Oiga, ¿cómo es que nunca la había visto por aquí? ¿Es nueva en esta zona? —aprovechó Víctor Ortega para sacarle plática mientras esperaba su pedido.

Julia solo asintió, un poco cortante.

Después de tanto tiempo encerrada, aún no se acostumbraba a tratar con otras personas. Había desarrollado cierta timidez social.

—Señorita, ¿usted tan joven de verdad sabe hacer buenos tamales?

—¿Eh?

¿Qué tenía que ver la edad con saber preparar comida rica?

Julia lo miró raro, sin entender, y respondió despacio:

—Si no le gustan, no le cobro.

—¿En serio? —Víctor se animó más, y al sonreír, sus ojos se achinaron como si fuera un zorro.

A Julia se le vino a la mente la palabra “luz”.

En ese momento, alguien gritó desde lejos:

—¡Ahí vienen los de Control Urbano!

Apenas se escuchó el aviso, un carro con la leyenda “Ciudad Segura” dobló en la esquina del semáforo.

Todos los vendedores empezaron a recoger sus cosas a toda velocidad.

Julia sintió que el corazón se le iba a salir.

Antes de que Julia pudiera decir algo, el muchacho se acercó y, de pronto, ella terminó entre sus brazos.

Víctor alargó sus brazos para tomar el control del manubrio, y con una sonrisa le dijo:

—No se mueva, señorita.

Estar tan cerca de un desconocido hizo que Julia sintiera la cara arder. Se quedó quieta, sin atreverse a moverse un solo milímetro.

Por suerte, el cubrebocas tapaba lo sonrojada que estaba.

Dieron vuelta en dos esquinas. Al ver que ya no los seguía ninguna patrulla, Julia le pidió a Víctor que se detuviera en la banqueta.

Cuando destapó la olla, los tamales ya estaban todos deshechos.

Se sintió fatal y preparó una porción nueva, esta vez bien hecha.

El muchacho no protestó; al contrario, ayudó a Julia a armar de nuevo la mesa y los banquitos, luego se sentó y empezó a comer sin prisa.

—¡Wow! No pensé que tus tamales estuvieran tan ricos —exclamó después de la primera mordida, extasiado.

Julia no pudo evitar replicar:

—¿Yo tengo pinta de hacer comida fea o qué?

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