El Regreso de la Heredera Coronada romance Capítulo 102

Paula se arrodilló frente a Nancy, levantando la cabeza mientras sollozaba: —Mamá, alguien me engañó, estaba confundida cuando hice esas cosas. Por favor, perdóname, te prometo que no volverá a pasar. Por favor, mamá... te lo suplico...

Ese "alguien me engañó" era claramente una excusa para echarle la culpa a otro.

A Valeria no le gustó nada eso y de inmediato explotó:

—Paula, ¿quién dices que te engañó, ah? Si fuiste tú la que vino a buscarme diciendo que querías que nos deshiciéramos de Ángeles. ¡Incluso me pediste que robara el veneno del viejo para que pudiera deshacerme de Lucía por ti!

—¿Y ahora que todo salió a la luz vienes a culparme para salvarte? ¡Qué descaro el tuyo!

—¡De verdad estaba ciega cuando decidí colaborar contigo!

Mientras hablaba, Valeria se iba encendiendo más y más. Antes de ser escoltada por las autoridades, todavía tuvo oportunidad de darle una patada a Paula y, con una sonrisa de desprecio, añadió: —Tú fuiste la autora intelectual y yo la cómplice. Si voy a caer, tú también caerás conmigo. Si voy a la cárcel, ¡tú tampoco te vas a salvar!

En el momento en que Ángeles había expuesto todos los crímenes, Valeria había visto claramente cómo Paula intentaba pasar desapercibida, deseando desaparecer y dejando que ella cargara sola con toda la culpa.

¡Pero eso no iba a pasar!

Valeria prefería confesarlo todo y arrastrar a Paula consigo antes que dejarla salir impune.

¡Si ella iba a caer, Paula también lo haría!

Pronto, Valeria fue llevada bajo custodia. Ahora enfrentaba acusaciones por asesinato, secuestro ilegal y tráfico de personas.

Solo quedaba Paula.

Para todos los demás, Paula siempre había sido la joven dulce, inocente y encantadora.

Pero las grabaciones reveladas contaban otra historia. En ellas, Paula mostraba una actitud arrogante y palabras llenas de crueldad. Detrás de su fachada angelical se ocultaba un corazón de serpiente.

Sus frías y calculadoras palabras en las que planeaba la muerte de Ángeles con tanta naturalidad eran escalofriantes.

Nancy cerró los ojos, respiró hondo y, con una mezcla de dolor y determinación, apartó lentamente las manos de Paula que la sujetaban. Con voz temblorosa, cargada de angustia, pero firme, le dijo:

—A partir de ahora, no vuelvas a la familia Castro. La familia Castro no tiene lugar para una hija como tú...