El Regreso de la Heredera Coronada romance Capítulo 164

Resumo de Capítulo 164 : El Regreso de la Heredera Coronada

Resumo do capítulo Capítulo 164 do livro El Regreso de la Heredera Coronada de Internet

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Ángeles agarró a Rubén y lo arrastró fuera del hoyo.

Cuando Rubén había caído en el hoyo, todavía intentó salir por su cuenta, pero Ángeles lo había pateado varias veces para mantenerlo dentro. Ahora que ella lo quería sacar, él se aferraba con desesperación a la tierra, negándose a salir.

—¡Ah, ah! ¿Qué haces? ¿Qué piensas hacer?

Era comprensible que Rubén estuviera tan aterrado; ese lugar era perfecto para un asesinato y para deshacerse de un cuerpo.

Estaban en una montaña trasera, cubierta de vegetación y maleza; más adelante había un barranco de altura mediana. En verano, cuando llovía mucho, el lugar se convertía en una cascada. Aunque era invierno, todavía corría un pequeño hilo de agua.

Mientras Ángeles lo arrastraba hacia allá, dijo: —Si no quieres hablar, entonces lo buscaré por mi cuenta. ¡De todos modos, todo el pueblo está buscándolo; tarde o temprano encontraremos a Zenón!

Rubén gritaba y forcejeaba con todas sus fuerzas.—¿No tienes miedo de que ya haya matado al niño?

Lo que insinuaba con esas palabras era que aún no había tenido tiempo de hacerlo.

Los ojos de Ángeles brillaron levemente. Respiró un poco más aliviada, pero redobló la fuerza al arrastrarlo, su tono era gélido.—¡Si es así, entonces vida por vida! ¡Tú mereces morir más!

Con determinación, Ángeles llevó a Rubén hasta la orilla del barranco. El ruido de la cascada era fuerte, y una llovizna, llevada por el viento, les mojaba la cara con su frío rocío.

Rubén estaba aterrado, casi al borde de un colapso, gritando por ayuda hasta quedarse ronco. Pero solo podía mirar impotente cómo Ángeles lo arrastraba hacia la muerte.

Finalmente, Rubén, entre lágrimas y sollozos, gritó: —¡No lo sé! ¡Te juro que no lo sé! ¡Yo no secuestré al niño! ¡No tengo nada que ver con eso!

Al oír esto, Ángeles sintió que su corazón daba un vuelco.

Que Zenón había desaparecido era un hecho. Pero, si no había sido Rubén, entonces ¿quién más podría haber sido?

¿Acaso...?

Ángeles lo agarró del cabello, obligándolo a levantar la cabeza. Con una sonrisa sarcástica en los labios, dijo: —Ya te di una oportunidad. Si mueres, no tendrás a nadie a quien culpar.

Rubén, al darse cuenta de que Ángeles realmente tenía la intención de matarlo, sintió un escalofrío recorriendo todo su cuerpo. Comenzó a gritar frenéticamente con todas sus fuerzas: —¡Ayuda! ¡Auxilio! ¡Ángeles quiere matarme!

Quizás Rubén mismo había olvidado que lo había planeado todo con cuidado: había llevado a la gente del pueblo hacia otro lado y había traído a Ángeles a un lugar tan apartado y solitario como aquella montaña trasera. Nadie podría oír sus gritos.

Ángeles recordó una de esas frases típicas que suelen decir los villanos:

—Grita todo lo que quieras. Aunque grites hasta romperte la garganta, nadie vendrá a salvarte.

Sin embargo, justo después de decir esas palabras, algo raro llamó su atención. Parecía que la luz en la otra dirección se había oscurecido un poco.

Sobresaltada, Ángeles levantó la vista y miró al frente. Entonces lo vio. Había una figura alta, vestida toda de negro, parada ahí. La luz y las sombras jugaban sobre él, y en la comisura de su boca se dibujaba una leve sonrisa misteriosa. No se sabía cuánto tiempo llevaba observándolos desde las sombras.

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