El Regreso de la Heredera Coronada romance Capítulo 273

Ángeles, con cuatro agujas de plata en mano, se agachó junto a Arturo. Con un gesto ágil, insertó las agujas en la cima de la cabeza de Arturo.

Sujetando las puntas, las torció ligeramente.

Poco a poco, el blanco revuelto en los ojos de Arturo comenzó a desvanecerse, y finalmente sus pupilas negras emergieron en sus ojos abiertos.

Incluso las convulsiones empezaron a disminuir.

La boca de Arturo se abrió fácilmente, y un torrente de sangre fluyó hacia afuera.

¡Casi se había mordido la lengua por completo!

Ángeles abrió un frasco de crema cicatrizante y vertió todo el contenido en la boca de Arturo; todos observaron cómo, después de que el polvo medicinal entrara en su boca, la herida dejó de sangrar.

No solo eso, Arturo recuperó su respiración normal y el enrojecimiento por la falta de oxígeno comenzó a desvanecerse.

Los transeúntes que observaban quedaron asombrados.

Los médicos de la Clínica de la Benevolencia estaban profundamente impresionados, temiendo haber visto mal.

No pudieron discernir qué técnica de acupuntura o qué medicamento había usado Ángeles.

Los ocho veteranos médicos del Centro Médico Sanar estaban emocionados, incluso sus manos temblaban ligeramente.

Finalmente entendieron lo que Ángeles había querido decir anteriormente: mientras ella estuviera allí, no había nada que temer.

¡Una técnica de acupuntura nunca antes vista!

Aún con lágrimas en el rostro, Maristela, al ver la mejora en la condición de Arturo, lloraba y reía al mismo tiempo, queriendo decir algo a Ángeles pero reprimiéndose por su orgullo.

Anteriormente había apoyado a Paula y no había dejado de marginar a Ángeles, tanto abierta como secretamente.

En la Villa de los Cielos, incluso había tenido un enfrentamiento directo con Ángeles.

Justo ahora, en la clínica del Centro Médico Sanar, había afirmado no confiar en Ángeles, rechazando su tratamiento.

Pero Ángeles, aun así, actuó.

¡Salvó la vida de Arturo!

Arturo, tumbado en el suelo, abrió los ojos con dificultad y su primera frase fue: —Ay, ¿por qué me duele tanto la lengua? ¿Quién me golpeó?

Maristela no sabía si reír o sentir pena.