Você está lendo Capítulo 336 do romance El Regreso de la Heredera Coronada. Visite o site booktrk.com para ler a série completa de El Regreso de la Heredera Coronada, do autor Internet, agora. Você pode ler Capítulo 336 online gratuitamente ou baixar um PDF grátis para o seu dispositivo.
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Tras ver a Ángeles marcharse, Berenice apretaba los puños con tanta fuerza que las uñas casi se clavaban en las palmas de sus manos. Su cara desfigurada por las cicatrices, lucía aterradora y llena de furia.
¿Así de fácil la iban a dejar ir?
¿De verdad la iban a dejar ir?
Berenice no podía soportarlo. Su mandíbula estaba tan apretada que rechinaba los dientes con fuerza.
Finalmente, incapaz de contenerse, corrió detrás de Emilio y preguntó con urgencia: —Señor Emilio, Ángeles le lanzó Brujería negra. ¡Esto es algo gravísimo! ¿De verdad va a dejarlo pasar tan fácilmente?
Emilio, tranquilo, le respondió con otra pregunta: —¿Y tú qué quieres pues que yo haga?
Quizás Emilio estaba de buen humor en ese momento. Su mirada era serena, y en las comisuras de sus labios asomaba una leve sonrisa. Su porte, elegante y refinado.
Berenice, contagiada por esa calma, perdió algo del miedo que solía sentir frente a él. Sin embargo, su insatisfacción la dominaba por completo. Sin pensarlo demasiado, soltó: —¡Por supuesto que debe capturar a Ángeles, obligarla a romper la criatura maldita que le implantó y luego... matarla!
Emilio pareció considerar sus palabras con interés. Incluso sonrió, como si la idea tuviera mérito: —Vaya, parece que te preocupas bastante por mí.
—¡Por supuesto! Estando a su lado, señor Emilio, siempre pensaré en lo mejor para usted.
Berenice intentó mostrar una sonrisa. A pesar de su tono servil, sus ojos brillaban con un rastro de coquetería. De haber sido antes de que su rostro fuera arruinado, esa mirada habría sido seductora y cautivadora. Pero ahora, con las cicatrices que atravesaban su cara y desfiguraban su belleza, el resultado era más bien inquietante.
Emilio asintió ligeramente, como si hubiera captado el mensaje.
Berenice, alentada por esa reacción, quiso insistir un poco más, pero antes de que pudiera decir algo, la sonrisa de Emilio comenzó a ensancharse. En sus ojos color miel brillaba una chispa de malicia, casi como si estuviera disfrutando de un macabro juego.
—Señor Emilio...
El corazón de Berenice dio un vuelco, y de inmediato sintió que todos los vellos de su cuerpo se erizaban.
Ella conocía demasiado bien esa sonrisa de Emilio, como la que mostró el día en que la arrojó al estanque de cocodrilo y la dejó desfigurada, como la que mostró hoy cuando Ángeles fue lanzada al mismo estanque.
¡Él siempre sonreía así!
Era la sonrisa de un depredador mirando con desprecio a su presa, disfrutando del sufrimiento de un insecto atrapado en su red.
—Llévensela. En la familia González no necesitamos a una sirvienta tan fea.
—¡Sí, señor!
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