Resumo do capítulo Capítulo 564 de El Regreso de la Heredera Coronada
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Esas palabras no parecían problemáticas en ese momento, pero ahora, al recordarlas, Paula, con sus estúpidos comentarios, solo estaba enfatizando una vez más la diferencia de estatus entre ella y Ángeles.
Pero el que era aún más problemático era Rafael.
Fue él quien le dio a Paula la oportunidad de insultar de la peor manera a Ángeles, y también fue él quien, fingiendo estar confundido, perdió la imparcialidad y favoreció a Paula.
Ahora, al ver que esta tarjeta bancaria le fue devuelta, Rafael pensó por un momento que todo se lo tenía bien merecido.
Abrió la boca, esforzándose por sacar una sonrisa, y le preguntó: —¿Abelardo, no le dijiste? ¡Pues que venga a ayudar a Nancy con el diagnóstico, aunque sea a cambio de una consulta!
No tenían dinero, pero aún así les quedaba esta última casa donde podían quedarse, que tal vez podrían ofrecer como pago.
Abelardo lo negó: —No quiere vernos. Mejor busquemos otro método, tal vez cambiar de hospital.
—Tendremos que hacerlo...
Rafael levantó el tenedor frente a él. —Comamos.
La comida no era buena, estaba demasiado grasosa o salada, pero ninguno de ellos dijo nada al respecto. La mesa quedó en silencio, solo interrumpida por el sonido ocasional de los platos chocando.
Después de comer, Abelardo recogió la mesa y Rafael llevó una taza con agua al dormitorio para limpiar la cara de su esposa en la cama.
—Despierta pronto, ya has adelgazado demasiado... Si sigues en este estado tan deplorable de inconsciencia, me asusta...
Rafael murmuró en voz baja, sus palabras breves, acompañadas de un suspiro.
Mientras giraba cuidadoso a su esposa, Rafael no notó que el dedo de la mano de Nancy se movió dos veces antes de quedar en calma.
Un sueño, era un sueño del pasado.
En el sueño, Nancy veía a una mujer dando a luz.
Se quedó mirando durante un largo tiempo, hasta que se dio cuenta de que esa mujer era ella misma.
Era ella misma, hace veinte años.
Nancy, en la camilla de parto, ya estaba completamente agotada. La fatiga y el cansancio la invadieron al mismo tiempo, y escuchó a lo lejos las felicitaciones del doctor y las enfermeras:
—¡Mil felicidades, señora Nancy! ¡Es una niña! ¡Se parece mucho a ti, qué hermosa es! ¡Seguro será una gran belleza cuando crezca!
¡Claro que sí!
¡Mi hija, es la más hermosa!
Nancy sonrió. Quería ver a su hija, pero no pudo resistir el agotamiento y enseguida se quedó dormida.
En el sueño, Nancy veía la escena desde otro ángulo, acercándose cariñosa a la niña. Y, efectivamente, vio a una pequeña bebé de piel blanca y rosada. Aunque acababa de nacer, ya se notaba su belleza especial.
—Ángelita...
Nancy sintió los ojos llenos de lágrimas y extendió las manos para abrazar a su pequeña hija. Pero antes de que pudiera hacerlo, vio a una mujer vestida con uniforme de trabajo que se la llevó.
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