Kevin llegó a la entrada del estacionamiento de Tienda departamental Nivea con los tintineos y rechinidos del viejo Santana. Después de evaluar el auto de Kevin, el encargado del estacionamiento dijo con desdén:
—El precio por estacionar es de doce dólares por hora. Arrollar la barrera le costará cinco mil.
Kevin se quedó sin palabras por un momento.
—Entendido —murmuró.
«¿Este hombre piensa que arrollaré la barrera y me escaparé sin pagar como si no pudiera costearlo?», pensó, pero después consideró que no podía culpar al hombre por pensar eso ya que cualquiera que condujera un auto destartalado como ese quizá no podría darse el lujo de pagar un par de dólares.
Kevin había leído en el perfil que Lázaro le envió que la oficina de René se encontraba en el edificio alto detrás de la tienda departamental. Por eso, no perdió tiempo y se subió a un ascensor de empleados hacia la cima. Después de salir del ascensor, se encontró con una sala iluminada por tres ventanales con vegetación y el sonido de agua fluyendo en ese espacio. Eso hizo que exclamara de manera involuntaria. «El gusto de René sigue siendo refinado y sofisticado. De hecho, construyó un jardín vertical elegante en esta parte de la ciudad, donde cada centímetro vale una fortuna». Sin embargo, cuando planeaba buscar la oficina de la presidente, un guardia con el gorro en la mano corrió tras de él, gritando:
—Esta es el área privada de la presidente. ¡Nadie tiene permitido estar acá!
—Necesito hablar con la presidente.
—No me importan sus asuntos personales —dijo el guardia mientras pronunciaba con impaciencia—: Debe pedir una cita con Gadiel si quiere ver a la presidente.
—¿Gadiel? —Kevin se tocó la barbilla y preguntó—: ¿Es un él o ella?
—¿Qué le importa? ¡Salga de aquí! Me regañarán si la presidenta se entera de que dejé entrar a un extraño.
Sin embargo, justo cuando el guardia quiso echar a Kevin, la puerta del ascensor se abrió con un tintineo, y una hermosa mujer en un vestido de noche escotado caminó afuera del ascensor al siguiente minuto.
—¿Qué sucede? —preguntó, frunciendo el ceño.
La mujer no era otra sino la hermana mayor de Kevin: René Vinstor.
—P-presidenta, ¿no estaba en su oficina? —Aterrorizado, el guardia tartamudeó y señaló a Kevin—. Este muchacho insiste en entrar. ¡Lo estaba echando en este momento!
René miró enojada a Kevin en respuesta; su rostro era elegante y tenía una expresión indiferente
—Cuánto tiempo, René.
Su nombre le sonó un poco extraño a Kevin después de no haberlo pronunciado por más de una década. El guardia, por otro lado, regañó de inmediato a Kevin por haber llamado a la presidente por su nombre.
—¿Cómo te atreves a llamarla por su nombre? Ella es…
Sin embargo, se quedó en silencio de pronto ya que había visto que la expresión de René cambió de indiferente a amable.
—Eres…. ¿Tú eres Kevin? —preguntó con voz temblorosa mientras se cubría la boca con las manos.
—Soy yo, volví René.
—En verdad eres tú…
René comenzó a derramar lágrimas sin parar mientras observaba con detenimiento el rostro de Kevin durante un minuto completo antes de lanzarse a sus brazos, llorando.
—Nosotras… Todas pensamos que estabas muerto… Incluso reconocimos un cuerpo desfigurado… ¿Por qué tardaste tanto en volver…?
Kevin le dio palmaditas a la espalda mientras disfrutaba de todo el cariño que no había recibido hacia demasiado tiempo.
—Bueno, he regresado, ¿no es así? —murmuró.
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