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El regreso del Dios de la Guerra romance Capítulo 7

René se sorprendió cuando vio que Kevin se comportó como una persona completamente diferente.

—Kevin...

Después de poner a un lado aquel lado aterrador de él, Kevin le sonrió con dulzura.

—No te preocupes, René. Nadie puede intimidarte cuando esté cerca.

Al instante, una sensación de seguridad incomparable llenó su pecho y su mirada se nubló durante una fracción de segundo, antes de recobrar la compostura.

—No vuelvas a ser tan imprudente, Kevin. Puede que los Vinstor solo sean una familia de segunda, pero no deberías ponértelos en contra si quieres quedarte en Ciudad Clesa y desarrollar tu carrera aquí.

—De acuerdo, hermana. —En ese momento, Kevin le rodeó el hombro con un brazo y le susurró al oído—: Pero hoy no quiero ser tu hermano. Prometiste casarte conmigo cuando fuéramos mayores, así que ¿por qué no me dejas ser tu marido por un día?

Su cálido aliento le hizo cosquillas, lo que provocó que René se sonrojara y lo apartara sin más.

—Detente. No es bueno que la gente nos vea así...

Mientras tanto, Isabel, que los seguía a corta distancia, maldijo al ver lo íntimos que se comportaban.

—¡Maldita sea! Tenemos que organizar una cita a ciegas para ella ya mismo. No podemos dejar que una basura como él esté con René.

Elio, por su parte, tenía un aspecto sombrío.

—Resulta que el hijo del presidente Kansas volvió del extranjero hace unos días. Preguntaré por ahí, a ver si podemos emparejarlos.

—¡¿El presidente Kansas de Compañía Kansas?! —Isabel se entusiasmó y, con los ojos muy abiertos, continuó—: Su hijo es muy inteligente. Si René puede casarse con él, ¡nunca más tendremos que soportar las humillaciones de Clemente!

—No te preocupes. Con el aspecto y la figura de René, ningún hombre puede decir que no...

Pronto, los cuatro llegaron al salón de banquetes, uno tras otro, haciendo que la bulliciosa multitud se silenciara en un instante y los demás los observaran con miradas de desprecio.

—Eh, mira, si es la diosa empresarial de Ciudad Clesa. ¿No deberíamos inclinarnos todos ante ella?

—Vaya, hasta trajo un hombre con ella. ¿Cree que nuestra familia alimentará a cualquiera que ella traiga?

—Su empresa está al borde de la quiebra, ¿y aun así tiene ganas de andar por ahí con un amante? Ja, ¡qué z*rra!

Los familiares de los Vinstor se burlaron uno por uno, sofocando a René con sus comentarios. Ella palideció y su cuerpo comenzó a temblar incontroladamente. Kevin, por su parte, le rodeó el hombro con un brazo, acariciándola, palpando su delicada y suave piel mientras percibía su ira y su miedo. René se apoyó en los musculosos brazos de su hermano y respiró profundo para calmarse antes de esbozar una sonrisa irónica y susurrar:

—Esta es la hospitalidad que recibo en la familia Vinstor. No quería que vieras esto.

—¿Por qué te tratan así?

—¿Aún no lo sabes, tío Elio? —Alex tomó un sorbo de vino tinto y se regodeó—: Las cinco grandes corporaciones de la Cámara de Comercio Rosario boicotearon a Nivea y ahora está a punto de ir a la quiebra. Quién sabe, ¡alguien más podría ocupar su puesto para el mes que viene!

«¡¿Qué?!». Elio e Isabel quedaron anonadados; su única esperanza estaba en René. Si Clemente y su familia lograban apoderarse de Nivea, no les quedaría nada.

—René, ¿de qué habla? —Elio preguntó entre dientes, lívido por la rabia—. ¡¿Por qué no nos dijiste algo tan importante?!

—No puedes resolverlo, padre. Decírtelo solo te creará más problemas —respondió escuetamente la joven sin poder mirarlo a los ojos mientras se sentaba.

—Ja, ja, ja. —Mía se tapó la boca y rio—. Vaya, tío Elio, en verdad te compadezco. Hasta una simple huérfana se atreve a menospreciarte.

—Ja, ja, ja. —Todos los presentes en la mesa soltaron una carcajada ante las palabras de Mía.

«¿Huérfana?». La malicia brilló en los ojos de Kevin, pues ese término era su mayor tabú.

—René, maldita mocosa. —Elio golpeó la mesa y las venas en su mano se hincharon de la furia; entonces, rugió—: ¡Te voy a dar una buena paliza!

—Padre…

Justo cuando estaba a punto de hablar, se escuchó un alboroto desde la entrada del salón.

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