[Alexis, ya bajé del avión, en media hora llego al ayuntamiento.]
Carolina Sanabria tenía una sonrisa suave en los labios mientras presionaba el botón de enviar en su celular.
Hoy era el día en que ella y Alexis Loza se casarían.
Desde que comenzaron a salir en la universidad, pasando por el compromiso, hasta llegar a este día, habían pasado justo cinco años.
Se recargó en el asiento trasero del carro, y la luz de la mañana iluminaba su piel clara como la nieve, dándole un aire aún más tierno.
El chofer la miró por el retrovisor y, con tono bromista, comentó:
—Vaya, señorita, apenas y bajó del avión y directo al ayuntamiento a casarse.
—Sí, es que hoy es un buen día, tuve que apartar la cita con medio mes de anticipación —respondió Carolina con una sonrisa.
El chofer soltó una carcajada.
—Ustedes los jóvenes sí que le dan importancia a las ceremonias. Mi hija ya no alcanzó lugar para hoy, le tocó hasta mañana.
—Felicidades, señor.
—Igualmente, gracias.
Pero al bajar del taxi, Carolina seguía sin recibir respuesta de Alexis.
Frunció los labios y decidió marcarle.
El tono sonó varias veces antes de que contestara.
La voz de Alexis sonó distante, imposible saber cómo se sentía.
—¿Qué pasó?
Carolina sintió que el corazón se le apretaba.
—Alexis, ¿dónde estás? Ya llegué al ayuntamiento. Acabo de tomar número, estamos en…
El hombre la interrumpió sin aviso.
—Carito, no voy a poder llegar.
Un nudo se le formó en la garganta.
—¿Por qué? ¿No habíamos quedado en que hoy nos casábamos?
—Sí, pero me salió algo. Mejor lo dejamos para otro día. Total, da igual cuándo nos casemos.
¿Cómo podía decir que daba igual? ¡Había apartado la fecha desde hacía medio mes!
—¿Alexis, estás hablando por teléfono? Ya están abajo en el hotel, sólo faltamos nosotros para ir a desayunar.
El corazón de Carolina se fue en picada.
Esa era la voz de Marisol Jiménez.
—Dicen que es un día de suerte.
—Bah, si el señor Loza ni la quiere. Todo el mundo sabe que la única persona que le importa es nuestra princesa Marisol.
Marisol, fingiendo vergüenza, bajó la cabeza.
—No digan tonterías, Alexis es mi hermano.
Carolina, parada afuera, se quedó sin color. Quería escuchar cómo respondía el hombre al que más quería.
La puerta del privado tenía una pequeña rendija.
Ella se quedó ahí, en silencio, mirando a través de ese hueco. Lo vio recostado descuidadamente en la silla, con la mano apoyada de forma cariñosa en el respaldo de la silla de Marisol.
Desde atrás, cualquiera pensaría que estaba abrazando a la persona que más amaba.
La voz grave de Alexis sonó entre risas.
—Marisol, ¿de verdad sólo me ves como tu hermano?
—Alexis… —la voz de la mujer titubeó—, ¿hoy de verdad no vas a casarte con tu novia?
—No, no tengo novia.
Alexis apenas notó a la mujer a su lado, y las bromas de los demás hicieron que los hombros de Marisol temblaran.

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