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Espejismos de Amor romance Capítulo 8

—¿Rosario? ¿Eres tú?

Rosario giró la cabeza y miró hacia Daniel.

En ese instante, Daniel olvidó por completo que estaba buscando a su mamá. Su rostro se iluminó y, feliz, corrió hasta ponerse junto a Rosario.

Rosario arrugó la frente, visiblemente apenada, y su voz sonó con un dejo de culpa.

—Daniel, anoche cuando cenamos juntos, me dijiste que la comida de la escuela no te gustaba. Yo quería prepararte algo rico para que llevaras hoy, pero… creo que la regué.

Apenas terminó de decirlo, un olor a quemado invadió el aire. De la olla empezó a salir humo y, de pronto, ¡una pequeña llama brotó!

Rosario, asustada, se agachó en el piso y se hizo bolita.

Daniel, preocupado, la abrazó y gritó con todas sus fuerzas:

—¡Papá, la cocina se está incendiando! ¡Papá!

Mientras tanto, Daniel le daba palmaditas suaves en la espalda a Rosario, tratando de calmarla.

—Rosario, tranquila, aquí estoy, no pasa nada.

Alberto, al escuchar los gritos, llegó corriendo. Sin perder tiempo, cerró la llave del gas y puso la tapa sobre la olla. En unos segundos, el fuego se apagó.

Pero Rosario seguía temblando.

En el rostro de Alberto se notaba la preocupación. Se agachó despacio a su lado y le habló con suavidad:

—Rosario.

Rosario levantó un poco la mirada. Sus ojos, llenos de lágrimas, brillaban bajo la luz de la mañana.

—Alberto, ¿será que de verdad no sirvo para nada?

A Alberto le vino a la mente aquel incendio de hace siete años… Desde entonces, Rosario le tenía un miedo terrible al fuego.

—No fue tu culpa —dijo Alberto con voz firme—. Mejor ya no entres a la cocina, ¿sí?

Volteó la mirada hacia Daniel, sus ojos se oscurecieron con seriedad.

—Rosario vivió un incendio hace años. Le tiene mucho pavor al fuego. No vuelvas a pedirle que te cocine, ¿lo entendiste?

Rosario intervino enseguida.

—Alberto, Daniel no tiene nada que ver. Él nunca me pidió que le cocinara.

Daniel, con el corazón apretado, la miró con tristeza.

—Rosario, aunque te da miedo, igual entraste a la cocina por mí…

Alberto la miró fijo, notando ese detalle. En el fondo, odiaba ver el suelo cubierto de hojas, porque le recordaba la temporada en que su madre se fue.

Daniel subió al carro y Alberto arrancó.

Rebeca, resignada, vio cómo el carro se alejaba y soltó un suspiro que le salió del alma. Sacó el celular y le mandó otro mensaje a Keira.

[Señora, ¿cuándo regresa usted?]

...

Keira se despertó temprano y lo primero que hizo fue ir a la cocina a preparar el desayuno. Mientras cocinaba, vio el mensaje de Rebeca y, de golpe, cayó en cuenta.

No estaba en la Villa de los Sueños.

No tenía por qué estar preparando desayuno ni almuerzo para Daniel.

Después de tantos años, la costumbre pesaba más que cualquier razón.

Apagó el fuego, tiró en la basura las verduras que apenas había empezado a freír y se quedó pensativa.

Ella nunca había sido buena cocinando. Cuando tenía doce años y su abuelita murió, se las ingenió para sobrevivir con lo que la abuelita le había enseñado: hacer figuras de papel para vender y ganarse unos pesos. Comía lo que fuera, lo importante era no pasar hambre.

Más adelante, cuando entró a la universidad y vivía en el campus, casi siempre comía en la cafetería de la escuela.

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