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Fingí Mi Muerte: La Venganza Es Mía romance Capítulo 10

En contraste con la serenidad de Oriana, Federico no podía ocultar el nerviosismo que lo consumía por dentro.

Desde que Oriana había despertado, apenas y había probado bocado, sin importar cuánto intentara convencerla con palabras dulces o gestos de cariño. Ella permanecía inmóvil, sumida en su propio mundo, ignorando por completo cada plato de sopa caliente que él le acercaba una y otra vez.

Federico sentía que el tiempo se le escurría de las manos. Mañana sería la boda, pero Oriana seguía viéndose tan apagada, tan distante, como si nada en el mundo pudiera sacudirla.

La preocupación lo carcomía. Intentó relajarse, respirando hondo antes de acercarse a ella y ponerse en cuclillas justo frente a su mirada. Su voz, aunque suave, dejaba entrever la desesperación.

—Ori, por favor, come un poquito. Entiendo que no te sientes bien, pero tu salud es lo más importante.

—Cuando te dio fiebre casi me vuelvo loco del susto. Si pasa algo más, de verdad no sé qué haría…

Oriana apenas pestañeó. Pero en sus ojos se asomó una chispa de burla, apenas perceptible. Una lágrima se deslizó silenciosa por su mejilla.

Instintivamente, quiso limpiarla, pero Federico se le adelantó, secándola con la yema de sus dedos, como si ese pequeño gesto pudiera borrar todo el dolor acumulado.

—Ori, ¿qué pasa? No me espantes. Si tienes algo atorado en el pecho, dímelo. No te lo guardes, por favor.

Intentó abrazarla, pero Oriana se apartó justo a tiempo, esquivando su intento de consuelo. Al fin se dignó a mirarlo, aunque su voz sonó distante, casi como si hablara con un extraño.

—Federico, llévame al cerro, ¿sí?

La mano de Federico se quedó suspendida en el aire, sorprendido por la petición.

—Mi amor, siempre has dicho que te da miedo la altura. Nunca te ha gustado ir allá arriba.

Oriana habló despacio, como si cada palabra le costara trabajo.

—Hoy me dan ganas de ver el paisaje.

En el fondo, sabía que su plan de fingir su muerte consistía en caer desde lo más alto del cerro.

Federico no quiso preguntar más. De inmediato pidió al chofer que preparara el carro.

Durante el trayecto, Federico manejaba con una mano, mientras con la otra sostenía con fuerza la de Oriana. Esta vez, ella no se soltó como en ocasiones anteriores. El cambio hizo que a Federico se le dibujara una sonrisa. No pudo evitar recordar aquellos momentos felices que habían compartido, como si los recuerdos le dieran fuerza para seguir creyendo en un futuro juntos.

Pensó en la niña que le regaló un dulce en la infancia, en la jovencita que bailó con él en la fiesta de graduación, en la chica decidida que viajaba miles de kilómetros para ir a verlo cuando estaban lejos.

No era la primera vez que Marisol la presionaba, pero esta vez, Oriana decidió contestarle.

[Está bien, como tú quieras.]

Federico regresó apurado, con una disculpa en los labios.

—Ori, perdón. Hay un tema urgente en la empresa…

Oriana lo interrumpió, mirándolo a los ojos.

—Federico, ¿te acuerdas lo que te dije después de que me propusiste matrimonio?

La pregunta lo tomó desprevenido. Sintiéndose acorralado, asintió en silencio.

—Te dije que si algún día dejas de quererme, prefiero que me lo digas de frente. No voy a perseguirte ni a rogarte… pero si llegas a mentirme, no volverás a verme nunca más.

La sonrisa de Oriana destelló brevemente, pero no alcanzó a iluminar sus ojos.

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