Ella se quedó ahí, de pie, sin poder moverse, viendo cómo Federico le ponía un collar idéntico al suyo en el cuello de Marisol.
Alrededor, un par de amigos se sumaron al alboroto con risas y bromas.
—A tu novia le queda increíble —se aventó uno.
Al escuchar eso, Federico les lanzó una mirada cortante, que bastó para silenciarlos.
—No digan tonterías. Novia, solo tengo una.
Los amigos se hicieron los mudos con un gesto, llevándose el dedo a los labios.
—Federico, tranqui, solo es entre nosotros. Te juramos que la dueña de tu corazón nunca se va a enterar.
—Nuestros labios están sellados, como un cofre de acero.
—Desde que nos presentaste a tu novia hace medio año, no hemos dicho ni una sola palabra —añadió otro, haciendo un gesto exagerado de cerrar la boca con llave.
Gabriela Ibañez también se acercó y, con toda la solemnidad de la familia Ibañez, deslizó la pulsera de oro heredada en la muñeca de Marisol.
—Aunque siempre te la pasas escondiendo todo, en cuanto el bebé nazca, para mí, ya eres parte de la familia. Eres mi nuera.
Oriana ya no escuchó nada más. Soltó los puños que había mantenido cerrados con tanta fuerza y, sin decir una palabra, se dio la vuelta y se marchó.
Aceleró el paso, como si algo la persiguiera. De pronto, echó a correr, cada vez más rápido, hasta que tropezó y terminó en el suelo.
En ese instante, un relámpago rasgó la oscuridad, y la lluvia cayó con furia, como si el cielo se desbordara. La calle se volvió un borrón, imposible distinguir nada.
El aguacero empapó la ropa de Oriana en segundos. Al mirar sus manos heridas, no pudo evitar recordar la primera vez que Federico la llevó a conocer a su familia.
Gabriela le había entregado la pulsera familiar con un gesto solemne.
—En mi vida, solo reconozco a una nuera, y esa eres tú.
Sus amigos también la miraron con respeto, sonriendo.
—Para nosotros, eres la única novia que tiene.
Pero ahora, Gabriela trataba a otra mujer como su nuera. Y los amigos de Federico llamaban a otra mujer su novia.
Decían quererla, respetarla, pero, igual que Federico, ya habían aceptado a alguien más en su corazón.
Lo peor era que, por lo que acababa de escuchar, ellos supieron de la existencia de Marisol mucho antes que ella.
Todos, absolutamente todos, se pusieron del lado de Federico para engañarla.
En ese momento, Oriana sintió que era la única ingenua en el mundo.
Se quedó agachada en medio de la avenida, mientras la gente pasaba a su alrededor, sin que nadie se detuviera a ofrecerle un paraguas.
—Pero el bebé quería ver a su papá. Además, te traje una sorpresa, ¿quieres verla?
Después, solo se escucharon roces de ropa y respiraciones agitadas.
—¿Por qué vienes vestida así?
Marisol soltó una risita, dulce y provocadora.
—¿No te gusta?
Federico solo respondió con respiraciones cada vez más intensas.
Oriana ya no pudo soportar escuchar más. Cuando estaba por taparse la cabeza con la cobija, la puerta de la habitación se abrió de golpe.
—Hace mucho frío afuera, mejor lo hacemos aquí, ¿sí?
Oriana abrió los ojos de par en par y miró el reflejo en la ventana: la luz tenue dejaba ver dos siluetas entrelazadas, desplomadas en la alfombra al pie de su cama.
Afuera, el aguacero continuaba. El golpeteo de la lluvia contra el vidrio se mezclaba con el viento que se colaba por la ventana, haciendo temblar a cualquiera. El corazón de Oriana se fue hundiendo poco a poco.
...
Después de aquella enfermedad, Oriana se volvió aún más débil. Su mirada perdió el brillo, y pasaba los días envuelta en una manta gruesa, acurrucada en el sillón, clavando la vista en el vacío más allá de la ventana.

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