Dante estaba sentado al lado de la cama de Carlos, observando la carita inquieta del niño mientras dormía. Su expresión era una mezcla de emociones que no terminaba de descifrar.
Poco después, la puerta se abrió y entró Marina, la asistente de la abuela. Le avisó que Anaís estaba a punto de irse.
Anaís había llegado manejando su propio carro, pero Marina, transmitiendo la orden de la abuela, le dijo que debía acompañarla de regreso.
Dante acomodó la cobija sobre Carlos con cuidado y bajó las escaleras.
Anaís estaba parada en la entrada de la sala, mirando hacia fuera. Cuando escuchó los pasos, se apresuró a limpiarse las lágrimas de los ojos.
Dante se acercó y soltó:
—Vámonos.
Salieron uno tras otro hacia el estacionamiento. Ya dentro del carro, Anaís rompió el silencio.
—La abuela me contó… la médula de la señorita Miralles no es compatible.
Giró la cabeza para buscar la mirada de Dante.
—¿No hay otros de la familia Miralles que no se hayan hecho la prueba? ¿Y si alguno sí resulta compatible? Podrías pedirles que lo intenten, tal vez haya un milagro.
Dante encendió el carro y contestó sin mirarla.
—La familia Miralles fue al hospital hace tiempo. Hice que les tomaran muestras sin decirles, para comparar.
Hizo una pausa.
—Ninguno sirvió.
Anaís se quedó pasmada, le costó unos segundos reaccionar.
—Ya veo…
Se mordió los labios, pensativa, y luego se animó a sugerir:
—Si de plano no hay de otra, pues habrá que hacerle caso al doctor y tener otro hijo. Ahora eso ni siquiera es complicado, con lo avanzada que está la ciencia, un tratamiento de fertilidad o una inseminación artificial se resuelve fácil, solo hay que pagar más. La señorita Miralles seguro lo aceptaría. Mira que después de lo que pasó hace cuatro años, igual tuvieron a Carlitos solo para conseguir dinero… por dinero son capaces de cualquier cosa…
Antes de que pudiera terminar la frase, Dante pisó el acelerador y el carro salió disparado.
El golpe de velocidad la dejó callada de inmediato.
Anaís conocía a Dante. Sabía que esa reacción significaba que se había molestado, que no quería que volviera a mencionar lo que pasó hace cuatro años.
Antes, se habría guardado cualquier comentario, pero esta vez no pudo evitarlo.
Cuando el carro descendía la colina, volvió a intentarlo:
—Conozco a unos doctores que han ayudado a muchas familias con problemas de fertilidad. Si quieres, mañana les llamo y pregunto.
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