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Ganas de verte crecer romance Capítulo 6

Grecia esperaba en la entrada del conjunto, y Dante llegó casi de inmediato, deteniendo el carro justo a su lado.

Bajó del vehículo y, al verla, no pudo evitar quedarse pasmado un instante antes de fruncir el ceño.

Grecia entendió el porqué. Tenía la cara marcada, el cabello apenas recién acomodado, pero aun así se notaba que había pasado por algo fuerte.

Frente a dos personas, por más hábil que fuera, no podía salir ilesa.

Desvió la mirada y preguntó:

—¿Qué necesitas que haga?

Dante no le preguntó qué le había pasado.

—Dime cuándo puedes, mando a alguien a ayudarte a empacar tus cosas. Quédate en mi casa por ahora.

Apenas terminó de hablar, el celular de Grecia sonó.

Se giró apenas, revisando la pantalla con rapidez: Leonel Miralles.

Seguramente acababa de recibir la noticia y al volver a casa había encontrado a su esposa y su hija llenas de moretones. Venía listo para armar un escándalo.

No contestó; solo colgó la llamada y volvió a mirar a Dante.

—Si no hay problema, ¿puedo mudarme esta noche?

Conocía a Leonel. Si se demoraba más, seguro aparecería para confrontarla.

Dante no puso objeciones; daba igual si era hoy o mañana.

Grecia rentaba en un edificio viejo, y tras avisar al vigilante, entraron en el carro.

El edificio tenía dos departamentos por piso y los pasillos estaban llenos de triques y cajas.

Dante se detuvo en la entrada. El departamento era pequeño, de no más de treinta metros cuadrados, con una recámara y una sala.

No pasó más allá del umbral.

Grecia tomó su maleta y empacó solo lo esencial.

—Listo —avisó.

Dante se dio la vuelta y salieron. El elevador estaba en la planta baja, así que esperaron. Justo entonces, la puerta del vecino se abrió.

Era un hombre, sin camisa, que al verla soltó una sonrisa torcida.

—¿Ya saliste del trabajo, muchacha?

Tenía un cigarro colgando de los labios que se movía al hablar.

Solo entonces notó la presencia de Dante, y sin ningún pudor, soltó un comentario vulgar.

—¿El cliente vino por ti? ¿También das servicio a domicilio?

Se notaba que estaba ebrio, tambaleándose mientras se acercaba y mirando a Dante de cerca.

Esos sonidos de golpes, hacía poco, también se escucharon en la casa de los Miralles, cuando ella había dejado a Adriana llorando a gritos.

Ahora, ese hombre ni siquiera podía gritar; solo aguantaba en silencio.

En el hueco de la escalera, el hombre sin camisa yacía tirado en el suelo. Dante estaba de pie junto a él, con un pie apoyado entre las piernas del otro, no con fuerza, pero lo suficiente para que la cara del tipo se pusiera morada, la boca abierta como un pez agónico.

El cigarro se había apagado en su boca, de donde salía sangre, escurriéndole por la comisura al abrir y cerrar la boca.

El tipo se atragantó, el cuerpo temblando sin control, y finalmente giró la cabeza para escupir el cigarro.

Vio que se había topado con alguien que no se iba a dejar, así que cambió de actitud al instante.

—Le pido disculpas a su novia, me equivoqué, de verdad. Solo estaba bromeando, no quise decir nada malo.

Dante lo miró desde arriba.

—Ella no es mi novia. Y no te pego por ella.

Presionó el pie.

—Es por el pestazo que traes encima.

Grecia mantenía presionado el botón de abrir en el elevador, escuchando cada palabra. Apenas terminó de hablar, se escuchó el alarido súbito del tipo.

Un grito agudo, breve y desgarrador, que se extinguió al instante, como si el dolor lo hubiera dejado sin aire.

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