El Hermano Gou nunca imaginó que vendrían a intimidar a la Familia de Número Dieciocho. En cuanto vio a aquellos sujetos maltratando a los padres de Número Dieciocho montó en cólera. Le pasó la urna a Jiang Ning y se lanzó como un tigre feroz. El asesino que llevaba dentro se le salía por los poros.
—¿Quién demonios eres tú...? ¡Aaaah! —El líder de los hombres salió volando con la mandíbula dislocada antes de que pudiera terminar la frase.
Con un alarido, cayó al suelo. Había sangre por todas partes.
—¡Aaaah!
—¡Cómo te atreves! ¡Mátenlo!
Los hombres estaban furiosos. Nunca nadie se había atrevido a golpearlos. Cuando vieron que el Hermano Gou se disponía a atacar, recogieron sus bates del suelo y se abalanzaron sobre él sin dudarlo.
Los bates cayeron con fuerza, el Hermano Gou ni siquiera los esquivó. Levantó un brazo y bloqueó uno de los bates que se partió en dos con un fuerte estruendo.
Uno de los que lo golpeó con un bate estaba tembloroso y aterrorizado pues el Hermano Gou lo miró con furia. «¿Quién demonios es esta gente?».
¡Bam!
El Hermano Gou ni siquiera se molestó en hablarle, de un puñetazo lo lanzó por los aires. Rugía como un león enfurecido. Luego de varios puñetazos, todos los hombres estaban en el suelo. Si hubiera querido, les habría aplastado la cabeza.
Desde el suelo, los hombres gemían de dolor. Asustados, miraban al Hermano Gou. No sabían quiénes eran esos hombres que se habían atrevido a golpearlos.
—Usted... usted... —Liu Yang se levantó del suelo y cuando vio la urna en las manos de Jiang Ning, tuvo un mal presentimiento. Le temblaron los labios y comenzó a llorar.
Jiang Ning se acercó y le entregó la urna a Liu Yang sosteniéndola con ambas manos. Estaba a punto de decir algo, pero en ese momento la madre de Número Dieciocho se levantó y preguntó de repente:
—¿Hui? ¿Eres tú? ¿Has vuelto? —Se le veía expectante, pero también preocupada. Temía que no fuera su hijo.
Jiang Ning comenzó a llorar al ver las lágrimas de Liu Yang. Era un hombre de unos cincuenta años, pero lloraba desconsolado como un niño. Cuando estaba a punto de responderle a su esposa, Jiang Ning, con un gesto, le pidió que no lo hiciera. Dio un paso adelante, sostuvo las manos de la señora e imitó la voz de Dieciocho:
—Mamá, estoy en casa.
En ese instante, a todos le corrieron lágrimas por los ojos.
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