Me dolía la cabeza y estaba tratando de ignorar el dolor en mi costado junto a la mancha de sangre que se comenzaba a formar en mi camisa negra.
—No, eso es mentira —Las palabras salieron de mi boca antes de que mi cerebro lo procesara.
¿Por qué lo estaba defendiendo? No había ninguna razón para ponerme de su parte, no después de todas las acciones que ha tomado en mi contra.
—¿Qué carajos estás diciendo? —David vino hasta donde yo estaba y tomó uno de mis brazos con fuerza, enterrando sus dedos en mi piel—. ¿Te estás escuchando hablar? Ese hombre metió a tu padre a la cárcel, se burló de tus sentimientos, estuvo un año usándote para cumplir su malévolo plan y una vez que lo logró, no dudó en divorciarse de ti. Y ahora de nuevo te quiso devuelta, pero solo para humillarte, como su amante, como su maldita perra.
—¡Cállate! —grité, tratando de apartarme.
No quería escucharlo porque sé que estaba hablando con la verdad. Todo lo que decía era cierto y eso me dolía en el alma.
—Se aprovechó de ti, de tu debilidad —dijo en voz alta, para que hasta los malditos peces fueran capaz de escucharlo—. Estabas en quiebra y enferma, te habías vuelto un objetivo fácil y él no dudó en echarte diente. Sé que él alteró los resultados, te lo puedo jurar, Charlotte.
Negué con la cabeza, no hacía él, no por sus palabras, sino por mí.
Porque había vuelto a caer otra vez. Me había engañado una vez más, tal y como lo hizo hace un año.
Pero esta vez jugó con algo más delicado y frágil que mi ingenuo corazón de enamorada, jugó con mi salud, con mis miedos, con mi vida. Me hice esa maldita biopsia y aún estoy sufriendo por esa herida, para que él venga a sabotear el resultado, sabiendo bien todo el dolor por el que pasé y por el que sigo pasando.
Y en ese maldito restaurante… Ya tenía todo preparado. Él ya sabía la noticia que me iba a dar el doctor, sabía que iba a estar muy triste y por eso apartó el lugar. Quería volver a confundirme con su compañía, con sus palabras, con su falsa preocupación sobre mi herida y con su baile. Hacerme creer que estaba de mi lado, que se preocupaba por mí.
—¡Detente, David! —dije, con la voz atragantada por la rabia y la traición. Las manos me temblaban y ya no podía seguir escuchando más. Necesitaba un minuto para asimilar todo—. Necesito respirar.
Me senté con dificultad, ya que él se negaba a soltar mi brazo. Por la forma en que me agarraba, era obvio que dejaría marcas.
El sol me estaba quemando la cabeza junto a mis pensamientos.
—¿Sigues enamorada de él? —preguntó desde su posición.

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