Al escuchar a Cecilia, Rafael arrugó la frente con cierta preocupación.
—Pero aquí, aparte de la boda de Santi y Cami, sólo está la fiesta de la familia Galván, ¿no?
Además…
Úrsula iba justo en dirección al salón de los Galván.
Cecilia no dudó en responder:
—Por eso, seguro que Úrsula viene a buscar a mi hermano. Mira nada más, lo que quiere es hacerse pasar por invitada de la familia Galván para meterse a su fiesta y aparentar que es de alta sociedad.
Mientras hablaba, Cecilia le lanzó una mirada llena de desprecio a la espalda de Úrsula.
—¡Bah! ¡Campesinita sin vergüenza! ¿De verdad se cree que entrar a la fiesta de los Galván es así de fácil? Ya verás, en cualquier momento los guardias la van a sacar de ahí a empujones.
Campesinita es campesinita.
¡No le da la cabeza!
Si entrar a la fiesta de los Galván fuera tan sencillo, ¿para qué piden invitaciones?
Aunque pareciera que la entrada al salón de los Galván no tenía vigilancia, en realidad había cámaras de reconocimiento facial.
Si detectaban a algún colado, enseguida se activaba la alarma.
Justo cuando Úrsula estaba a punto de llegar a la puerta, dos personas salieron del salón.
Uno vestía un traje elegante y tenía una expresión astuta, mientras que la otra llevaba un vestido largo color champán, desprendiendo una elegancia natural que llamaba la atención de todos.
Cecilia no pudo evitar emocionarse.
—¡Hermano, mira! ¡Salieron el señor Galván y la señora Galván! ¡No inventes, la señora Galván se ve súper joven, ni parece que ya tiene dos hijos!
Al escucharla, Santiago alzó la vista de inmediato.
Él había conocido al señor y la señora Galván en una reunión de negocios, aunque en aquella ocasión no tuvo tiempo de saludarlos bien.
Esa noche era el cumpleaños número 18 de la hija mayor de los Galván, así que lo lógico era que ambos estuvieran dentro, atendiendo a los invitados. ¿Por qué saldrían justo ahora a la entrada?
La familia Galván es la más influyente de Nuevo Sol.
Que Santiago tuviera trato directo con ellos era como abrir de par en par la puerta del círculo de negocios más exclusivo de la ciudad.
Sin duda, Santiago era el prodigio financiero de la década. ¡Hasta logró que los difíciles Galván vinieran personalmente a felicitarlo!
Eso era un honor gigantesco.
No solo los reporteros, también los invitados se quedaron boquiabiertos.
Con todas las cámaras apuntándole, Santiago se sentía cada vez más orgulloso. Erguido, seguro de sí mismo, ya se imaginaba en la portada de todos los diarios al día siguiente.
Pero, de pronto, el rostro de Santiago se desencajó, sintió que la sangre se le iba y estuvo a punto de desmayarse.
Porque el señor y la señora Galván pasaron de largo, como si no lo hubieran visto. Sin mirarlo siquiera, caminaron directo hacia Úrsula y, con una voz llena de respeto, le dijeron:
—Señorita Méndez, bienvenida, bienvenida. Al fin llegó.

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