¿Vacaciones?
Al escuchar esa palabra, los compañeros de Fabián que estaban cerca no pudieron disimular la chispa de esperanza en los ojos.
Con este calor infernal, ¿quién querría venir a trabajar? Todos soñaban con quedarse en casa, tirados en la cama, disfrutando de un descanso merecido.
Pero mientras los demás se animaban, Tomás soltó una carcajada desde su pedestal, mirando a Fabián por encima del hombro.
—No son vacaciones. Te estoy diciendo que estás despedido. Mañana ya no hace falta que vengas, así que mejor vete temprano con tu adorada nieta de regreso al pueblo. ¡San Albero no es un lugar para gente como tú!
Al oír esto, Fabián se quedó helado y una palidez súbita se apoderó de su cara.
—To... Tomás, ¿acaso hice algo mal? ¿Por qué me despiden sin explicación?
Tomás le dirigió una mirada seca, casi con lástima.
—Te lo digo claro: te metiste con quien no debías.
Desde que Tomás supo que Úrsula había sacado el primer lugar en el examen de ingreso a la Escuela Montecarlo, no había dejado de pensar en cómo echar a Fabián. No podía soportar que la nieta de un viejo cualquiera superara al hijo en el que había invertido tanto dinero y esperanzas.
El problema era que Tomás no tenía suficiente poder para correrlo sin motivo, no podía saltarse las reglas de la empresa. Pero esta vez era diferente: Fabián había molestado a alguien poderoso.
Ahora sí, podía echarlo sin preocuparse por nada. Y, a partir de ese momento, ningún otro servicio de limpieza de la ciudad se atrevería a contratarlo.
Fabián y Úrsula tendrían que largarse de San Albero sí o sí.
El rostro de Tomás se le iluminó con una satisfacción venenosa al pensar en ello.
¿Molesté a alguien importante? Fabián se quedó pasmado. Él sabía bien que, por su edad, encontrar trabajo era difícil y siempre había sido muy aplicado, jamás descuidado. ¡Mucho menos se habría atrevido a ofender a alguien poderoso!
—Seguro Tomás está confundido, llevo años trabajando aquí y jamás me he peleado con nadie.
Se acercó un poco más a Tomás, casi suplicando.



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