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La Cenicienta Guerrera romance Capítulo 119

Aunque Santiago insistía en que estaba bien, Camila no pudo evitar decirle:

—Santi, ¿por qué no te vas un rato a la sala de descanso? Yo aquí me encargo de todo.

—Está bien —asintió Santiago, y con un gesto delicado apartó un mechón de cabello del rostro de Camila, acomodándolo tras su oreja—. Cami, de verdad te agradezco mucho.

Camila tomó las manos de Santiago entre las suyas, hablando con una ternura que le brotaba del alma:

—Santi, ya vamos a ser familia, ¿no crees que es raro que me des las gracias por algo así?

En otro momento, Santiago habría respondido con alguna broma o comentario cariñoso.

Pero ahora no tenía ánimo para decir nada más.

Su cabeza no dejaba de dar vueltas: ¿por qué Úrsula no apareció?

En el fondo, Santiago se había apresurado a comprometerse con Camila para provocar a Úrsula, esperando que ella llegara a interrumpir la ceremonia.

Pero nada salió como esperaba.

Úrsula ni siquiera se presentó.

¿Qué pretendía Úrsula? ¿Qué tenía en mente?

Nadie podía imaginar lo mal que se sentía Santiago en ese momento.

—Entonces me voy un rato a la sala de descanso —dijo al fin, retirando suavemente su mano de las de Camila y caminando hacia la puerta.

Camila lo observó alejarse, con las cejas fruncidas, una sombra de preocupación asomando en su mirada.

No era tonta.

Había notado que Santiago se mostró ausente toda la noche.

Especialmente cuando le puso el anillo de compromiso.

En vez de mirarla a ella, sus ojos estaban fijos en la entrada del salón.

¿A quién esperaba con tanta ansiedad?

Camila entrecerró los ojos, volviéndose hacia el exterior para buscar alguna pista.

Todo parecía tranquilo allá afuera.

Pero justo cuando estaba por apartar la vista, algo la sobresaltó: sus pupilas se dilataron.

Una figura alta y llamativa, escoltada por otros, salió por la puerta del edificio B.

¿Era Úrsula?

Camila mordió su labio inferior, y una expresión oscura se instaló en su mirada. ¡Con razón!

Ahora entendía por qué Santiago había estado tan distante esa noche.

¡Úrsula había venido!

Esa mujer sinvergüenza no tenía límites: ya estaba divorciada de Santiago y aun así venía a arruinar su fiesta de compromiso.

Descarada.

Metida.

Sin un ápice de vergüenza.

La rabia le subió al rostro, sus manos temblaban y la piel se le volvió pálida de coraje.

Ya vería.

—Fue a quedar bien con el señor Galván y la señora Galván… ¿no lo ves? ¡Lo hizo por mí! —Santiago lo miró fijamente—. Si no, ¿cómo explicas que Úrsula estuviera en la fiesta de la familia Galván?

Antes, Úrsula hacía todo pensando en él.

Si a Santiago le gustaba el gris, Úrsula se vestía de gris.

Era como si girara a su alrededor, sin voluntad propia.

Santiago buscaba en los ojos de Rafael la respuesta que quería oír.

Pero Rafael lo aterrizó sin rodeos.

—La hija de la familia Galván, Dominika, tiene casi la misma edad que Úrsula. Hace rato, Dominika la acompañó hasta su carro. Yo creo… yo creo que Úrsula y Dominika son amigas.

—¡Imposible! ¡Eso no puede ser! —se indignó Santiago—. ¿Cómo una señorita como Dominika Galván se iba a juntar con alguien como Úrsula? ¡Estoy seguro que fue a congraciarse con los Galván por mí!

Rafael lo miró con lástima, pero prefirió guardar silencio.

...

Al día siguiente.

El señor Fabián Méndez fue a trabajar como todos los días.

Apenas llegó a la empresa y se dirigía a la máquina de asistencia para registrar su entrada, Tomás apareció por la puerta.

—¡Méndez! Hoy no hace falta que registres entrada.

¿No hacía falta?

Fabián miró a los compañeros que estaban cerca.

—¿Hoy nos van a dar el día libre, gerente Tomás?

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