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La Cenicienta Guerrera romance Capítulo 132

Incluso el timbre de voz se sentía cargado de presión.

—¿Y tú cuándo has tocado la puerta para entrar aquí? —preguntó Israel, con el ceño marcado.

Esteban, con su típica sonrisa de sinvergüenza, se recargó en el marco de la puerta.

—Vamos, tío, no me salga con eso. ¿Cuándo le he tocado la puerta para entrar a su cuarto? Nunca, ¿o sí?

De repente, Esteban notó algo extraño en la expresión de Israel. Miró alrededor, desconfiado.

—Tío, andas medio desarreglado y con cara de susto... —chasqueó la lengua, divertido—. No me digas que andas escondiendo a una chica aquí, ¿eh?

—Deja de decir tonterías —replicó Israel, fulminándolo con la mirada.

¿Acaso él era de los que escondían mujeres en su cuarto? Por favor. Lo único que escondía eran libros.

Pero Esteban, juguetón como siempre, de inmediato corrió hacia el baño.

—¡A ver si es cierto que no traes nada raro!

Abrió la puerta del baño de golpe.

Vacío.

Siguió con el clóset, lo abrió de par en par.

Nada.

Se agachó para revisar debajo del escritorio...

Tampoco.

Miró debajo de la cama.

Nada.

Esteban se rascó la barbilla, pensativo. ¿No sería que su tío escondía a alguien entre las sábanas?

Sin pensarlo mucho, y aprovechando que Israel no lo veía, de un jalón levantó la colcha de la cama.

En ese instante, Israel sintió que el corazón se le detenía.

Pero enseguida suspiró aliviado.

La cama estaba igual que siempre, solo con algunos papeles y, por suerte, los libros que había escondido estaban bajo el colchón, no a la vista.

Esteban se quedó más confundido todavía.

—¡Si aquí no hay nada, tío! ¿Entonces por qué andabas tan nervioso?

Ahora sí, Israel recobró la calma. Se sentó en el sofá con toda la tranquilidad del mundo, y con una voz serena soltó:

—El que tiene la conciencia sucia, ve fantasmas donde no los hay.

Esteban se quedó rascando la cabeza.

¿Será que de verdad estaba imaginando cosas?

—Tío, apúrese a cambiarse, todos lo estamos esperando para cenar.

—Mamá, la chica de la que nos hablaron no era Ami.

Eloísa y Gregorio Gómez habían tenido ocho hijos y una sola hija. Todos, cada uno a su manera, eran figuras importantes en el mundo de las finanzas.

Con el paso del tiempo, sus hijos formaron sus propias familias, dándoles trece nietos. Pero ninguna nieta. Hasta que su hija menor se casó y, por fin, llegó Amelia. Con ella, Eloísa sintió que su sueño de tener una nieta se hacía realidad.

Desde ese día, Amelia se volvió el tesoro de los Solano y la adoración de los Gómez.

Eloísa deseaba darle a su nieta lo mejor del mundo entero.

Los ocho tíos de Amelia, por parte de la familia Gómez, la cuidaban como si fuera una joya, temerosos de que algo le sucediera.

Como Villa Regia y Nuevo Sol estaban separadas por cientos de kilómetros, los Gómez no dudaron en regalarle a su sobrina una avioneta privada que costó cuarenta y cinco millones de pesos. Para que una persona común pudiera reunir esa cantidad, tendría que ganar la lotería de quinientos mil pesos todos los días durante tres años seguidos.

Hasta el día de hoy, ese avión seguía estacionado en el aeropuerto de Villa Regia.

A lo largo de los años, la familia Gómez jamás dejó de buscar a Valentina Gómez y a Amelia. Por más mínima que fuera la pista, no dudaban en cruzar el país, recorrer montañas y valles para confirmar cualquier dato.

Hace poco más de dos semanas, Eloísa escuchó que en San Bernardo había una joven que coincidía con la edad y características de Ami.

En cuanto los hermanos Gael, Isaías, Ramiro, Héctor, Marco, Ángel, Felipe y Simón Gómez supieron del rumor, dejaron todo y corrieron a averiguar. Incluso Héctor y Marco viajaron de regreso desde el extranjero para reunirse con los demás en San Bernardo.

Todos esperaban regresar con buenas noticias.

Pero...

Al escuchar la respuesta negativa, los ojos de Eloísa se llenaron de lágrimas, tiró la caja de joyas y su voz se quebró en un grito desgarrador.

—¿Por qué no es ella? ¡¿Por qué no es ella?! ¡Dios mío, ¿dónde está mi Ami?!

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