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La Cenicienta Guerrera romance Capítulo 135

Al oír las palabras de su madre, Alejandra solo pudo tragarse la rabia y forzar una sonrisa mientras sostenía el plato de tamales.

—Entonces, voy a llevarle los tamales a la abuelita.

—Ve —asintió Luna con calma.

Poco después, Alejandra se encaminó hacia la habitación de Marcela con el plato en las manos.

Marcela estaba recostada sobre la cama, luciendo una expresión apagada y demacrada. Tenía en la mano una fotografía: era una foto del primer mes de Amelia.

En la imagen, la pequeña se veía tan tierna, con la piel blanca y las mejillas redondeadas. Sus ojos grandes y relucientes parecían uvas, de esos que derriten el corazón y dan ganas de abrazarla y llenarla de besos.

Marcela observaba la foto con los ojos enrojecidos; las lágrimas le corrían por el rostro, una tras otra.

—Ami... Ami, de veras me vas a matar de tristeza...

Al ver a Marcela sumida en sus recuerdos y el llanto, Alejandra frunció el ceño con disimulo.

¿Hasta cuándo va a seguir con lo mismo? Llorando todos los días frente a una simple fotografía... ¿No se cansa? Siente que toda su buena suerte se le escapa por culpa de las lágrimas de Marcela.

Aunque por dentro hervía de fastidio, Alejandra no dejó que se notara. Caminó hacia la cama con una sonrisa dulce y una voz suave.

—Abuelita, ¿otra vez está pensando en Ami?

Marcela se limpió las lágrimas, la voz ronca de tanto llorar:

—Faltan solo tres días para el cumpleaños de Ami. Quién sabe cómo estará ahora... Esa niña, seguro ha pasado muchas cosas duras en estos años...

Había cosas en las que era mejor no pensar. Cada vez que lo hacía, las lágrimas no la dejaban en paz.

Cuando la niña desapareció, apenas tenía tres meses. Un bebé tan pequeño, ¿qué podía saber de la vida? ¿Por qué? ¿Por qué Dios había sido tan cruel con su pequeña Ami?

Alejandra, al verla así, dejó ver por un segundo una chispa de impaciencia en los ojos.

Amelia tenía solo tres meses cuando desapareció. Ahora, seguro ya no quedaba ni rastro de ella. Ni un adulto hubiera sobrevivido en ese lugar, mucho menos un bebé.

Pero bueno, Marcela siempre había sido tan parcial... Tal vez esto era un castigo. Tal vez se lo merecía. Que no encontrara nunca a Amelia, que la familia se quedara sin herederos, ¡bien merecido lo tenía!

Disimulando, Alejandra puso el plato de tamales sobre la mesa, tomó un pañuelo y secó las lágrimas de Marcela. Su voz seguía siendo la de una nieta ejemplar:

—Abuelita, no llore. Si Ami supiera que usted llora todos los días por ella, seguro se sentiría terriblemente culpable.

Después, añadió con ternura:

—Lo más importante ahora es que cuide de su salud, que esté fuerte. Solo así podrá ver el día en que Ami regrese y toda la familia pueda reunirse de nuevo.

Capítulo 135 1

Capítulo 135 2

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