Con respecto a este asunto, Montserrat seguía bastante molesta. Los parientes ociosos que mantenía la familia Ayala no servían para nada; hacía más de un mes que le había encargado al mayordomo buscar a su tan querida nuera y, hasta ahora, ni una sola noticia había llegado.
Julia, curiosa, comentó:
—Me muero de ganas por saber cómo es esa chica. Ya casi la tienes tan idealizada que pareces otra persona.
—Ni te molestes en preguntar, no lo entenderías. Para mí, ella es la mujer más guapa del mundo.
—Ja, ni aunque fuera así sería más guapa que mi Úrsula.
De inmediato, Montserrat frunció el ceño y replicó:
—Te aseguro que esa señorita Méndez no le llega ni a los talones a mi querida nuera. Mi nuera sí es la más guapa de todas.
—¡Úrsula es la más guapa!
—¡Mi querida nuera es la más guapa del universo!
Y así, madre e hija se enfrascaron en una discusión acalorada sobre quién era la más guapa, tan intensa que por poco terminan a los gritos y empujones.
...
Media hora después, el carro de Esteban se detuvo frente al edificio donde vivía la familia Méndez. Bajó del carro, sacó su celular y abrió WhatsApp para escribirle a Úrsula.
A esa hora del día, y en un barrio de edificios antiguos donde rara vez se veían carros de lujo, la presencia de Esteban, tan joven y bien parecido, no pasó desapercibida. Apenas puso un pie en la acera, ya varias personas lo miraban con asombro.
Virginia venía de visita con su mamá, Fabiola Blasco, a ver a unos familiares. La hermana de Fabiola, Ángela Blasco, también vivía en ese edificio.
De repente, los ojos de Virginia se clavaron en un carro de lujo estacionado en la entrada. Ilusionada, tiró del brazo de Fabiola y exclamó:
—¡Mamá, mira! ¡Un Rolls-Royce Phantom! No puedo creer que en el edificio de la tía haya gente tan rica.
Virginia solo había visto ese tipo de carros en la televisión, así que se le aceleró el corazón al verlo en persona. Y más aún, el dueño era un hombre joven y guapo.
A esa edad, Virginia vivía llena de sueños románticos. Al ver a Esteban, su mente comenzó a volar.
Si alguna vez pudiera casarse con alguien así, pensó, su vida estaría completa.
Fabiola también volvió la mirada, fijándose en el imponente carro. Sus ojos brillaron con una mezcla de envidia y ambición.
—En San Albero hay muchísima gente rica, Virgi. Y tú no eres menos que Úrsula. Si ella, después de todo, se casó en su primer matrimonio con un tipo de lana, tú puedes lograrlo también. Tienes que demostrarle que vales más que esa campesinita.
Virginia asintió con decisión:
—No se preocupe, mamá. Yo voy a superar a esa campesinita de Úrsula, ya lo verá.
Justo en ese momento, de la entrada del edificio emergió una silueta delgada.
Era una chica vestida con una camisa blanca y jeans claros, sin una gota de maquillaje, pero aun así, su belleza era imposible de ignorar.
Virginia se quedó boquiabierta.
Mientras madre e hija seguían con su charla, de pronto se toparon con Fabián, que vestía un chaleco amarillo y estaba barriendo la entrada.
Aunque Úrsula le había insistido que no trabajara, Fabián no podía quedarse quieto. Sin ningún aire de superioridad, seguía barriendo el edificio todos los días, como siempre.
Al ver a Virginia, Fabián se alegró y levantó la mano para saludarla:
—¡Virgi!
Para él, aunque ya no tuviera relación con José Luis Méndez, Virginia seguía siendo su nieta. Los problemas de los adultos no debían afectar a los niños.
Fabián pensó que Virginia le respondería con cariño. Pero para su sorpresa, ella lo miró con desdén y contestó, seca:
—¡Se equivoca! ¡Yo no soy su nieta!
Fabián parpadeó, confundido, y luego trató de bromear:
—Virgi, soy tu abuelo. Ven, vamos a casa, te preparo algo rico de comer.
¿Comida rica? ¿A quién le interesaba lo que pudiera preparar ese viejo?
Virginia retrocedió varios pasos, con una expresión de asco, temerosa de que alguien la viera hablando con un barrendero. Al fin y al cabo, ahí vivían varios compañeros de su escuela.
—No ande diciendo que somos familia. Me llamo Virginia, mi abuelo es Valentín Blasco, no usted, que solo es un barrendero.

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