Después de comer.
Julia y Montserrat llevaron a Úrsula a pasear por el jardín trasero para bajar la comida.
El jardín de la villa de la familia Ayala era enorme, lleno de flores y plantas exóticas que no se veían ni en los jardines botánicos.
En ese momento, los jardineros estaban podando las ramas y regando las plantas.
A cada paso, Montserrat presentaba a la gente:
—Ella es la señorita Méndez, una invitada de honor de la familia Ayala.
—Mucho gusto, señorita Méndez.
Esteban e Israel caminaban detrás.
Esteban bajó la voz.
—Tío, más vale que confieses. La verdad te hará libre. Dime, ¿te gusta la reina Úrsula?
—¿Por qué eres tan enfadoso? Ya te dije que no creo en el matrimonio.
Esteban insistió:
—¿Entonces por qué le pelaste camarones? ¿Y cangrejo?
—Porque me salvó la vida.
Servir a quien te salvó la vida era su deber.
Esteban entrecerró los ojos. ¿De verdad era tan simple como decía su tío?
No se lo creía.
Esteban continuó:
—Por cierto, el 8 del próximo mes es el cumpleaños de la reina Úrsula. Tío, no se te vaya a olvidar comprarle un regalo.
Cuando Úrsula le estaba haciendo acupuntura a Israel en el hospital, había mostrado su identificación.
Fue en ese momento que Esteban memorizó en secreto la fecha de su cumpleaños.
—Yo nunca gasto dinero en gente con la que no comparto sangre —dijo Israel.
Esteban se quedó sin palabras. Como era de esperarse, su tío seguía siendo igual de codo. En cuanto se trataba de dinero, se convertía en un avaro.
—¡Pero es la reina Úrsula! Además, ¿no te salvó la vida?
—Ya le pagué los honorarios —respondió Israel.
Esteban puso los ojos en blanco, frustrado.
—Tío, menos mal que no crees en el matrimonio, porque si no, ¡en tu vida conseguirías novia!
***
Al atardecer, Úrsula dijo que ya era hora de irse.
Aunque a Montserrat le daba pena que se fuera, no podía retenerla.
—Israel, lleva a Úrsula a su casa.
—Claro, mamá.
Montserrat, Julia y Esteban acompañaron a Úrsula hasta la puerta.
Julia le recomendó:
—Israel, maneja con cuidado.
—Sí —asintió Israel.
Montserrat se paró junto a la puerta del copiloto.
—Úrsula, ven a visitarnos más seguido.
—Claro que sí, señora.

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