Ese cuerpazo no iba a ser para que lo disfrutara ese patán de afuera, así que Úrsula se dio la vuelta y se metió al vestidor para cambiarse.
Había un montón de ropa en el vestidor.
Pero casi todo era del mismo color.
Un gris apagado, sin nada de vida.
Úrsula frunció levemente las cejas.
Hasta la abuelita que vivía al lado, que ya tenía 98 años, jamás se vestía toda de gris.
¿Y esta chica, que apenas tenía 19 años, en plena juventud, cómo no iba a querer verse bonita? El motivo de ese guardarropa lleno de gris era simple: a Santiago le fascinaba ese color.
En esa relación, ella había perdido su propia esencia. Parecía una marioneta, imitando con desesperación cada costumbre de Santiago.
Después de buscar un buen rato, Úrsula por fin encontró una camiseta blanca y unos jeans azul claro. Se los puso y fue directo al espejo, observándose con atención.
La joven reflejada en el espejo tenía un cuerpo envidiable. La camiseta blanca de cuello redondo dejaba ver su cuello estilizado y unas clavículas delicadas. Cuando sonreía, se le formaban dos pequeños hoyuelos en las mejillas, y su cara tenía cierto parecido con la de Úrsula en su vida anterior.
Pero la falta de confianza de la anterior Úrsula, marcada por su origen, la había llevado a querer mostrar siempre su “mejor versión” para Santiago. Por eso, día tras día, se maquillaba con una base gruesa que tapaba hasta las cejas, y un delineador negro tan exagerado que parecía querer alcanzar el cielo. El resultado era un maquillaje tan cargado y llamativo que la hacía parecer mayor y casi imposible de mirar de frente.
Úrsula pensó en buscar desmaquillante para quitarse ese maquillaje antes de bajar, pero después de rebuscar por todos lados y no encontrar nada, se dio por vencida. Tomó cualquier chamarra del armario, se la puso encima y, con ese maquillaje tan recargado, bajó las escaleras.
...
En la sala del primer piso, había cuatro personas sentadas en el sofá.
Ahí estaban Santiago, su madre Yolanda Duarte, su hermana Cecilia y el tío de Santiago, Octavio Ríos.
Apenas vio bajar a Úrsula, Yolanda le lanzó una mirada de arriba abajo, dejando claro su desprecio.
—Esta campesinita, aunque se vista de reina, nunca va a parecerlo. ¿Quién se maquilla así en la noche? Parece que quiere asustar a medio mundo.
Y es que desde el principio, Yolanda jamás había aceptado a Úrsula como nuera.
Si no hubiera sido porque Joaquín insistió en que Santiago debía casarse con esa muchacha… ella jamás habría aprobado ese matrimonio.
Su hijo era el orgullo de la familia, el genio de las finanzas que había revolucionado el gremio en una década.
¿Y Úrsula? Solo era una campesinita que ni siquiera terminó la prepa. Ni siquiera era digna de atarle las agujetas a su hijo.
Yolanda estaba convencida de que Úrsula carecía de cualquier talento empresarial. En la familia Ríos, podían faltar todos menos Úrsula, por eso apoyaba el divorcio de su hijo.
Para Yolanda, solo una mujer como Camila, de familia reconocida y buen nombre, era digna de ser su nuera.
Úrsula no le llegaba ni a los talones.
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