Vicente estaba convencido de que esa chica debía ser el verdadero amor de Israel.
Si no fuera así, ¿cómo podría el señor Ayala, con toda su elegancia, llevarla en bicicleta?
¡Dios sabrá!
Vicente en ese momento no podía ocultar su emoción.
—Vicente, ¿qué te pasa hoy en la noche? ¡No has parado de decir cosas raras! Primero me sales con que mi tío anda con una chica comiendo en la calle, y ahora esto, ¿en serio dices que mi tío va en bicicleta en una cita?
De locos.
Totalmente fuera de lugar.
Vicente ya tenía el celular en la mano.
—¿No me crees? ¡Te lo juro, si no me crees te lo tomo en foto para que veas!
Sin más, presionó el botón de la cámara.
Pero a Vicente se le olvidó un pequeño detalle: tanto el carro en el que iba él como la bicicleta de Israel estaban en movimiento. Imposible sacar una foto nítida así.
Solo se veía una mancha borrosa.
Esteban soltó una carcajada.
—¿Y la foto? A ver, enséñamela.
—¡Conduces tan rápido que es imposible tomar una foto decente! —reviró Vicente, lleno de frustración.
Esteban pisó el freno y se orilló, girando para encarar a Vicente.
—Bueno, bueno, ahora voy a ir despacio. ¿Dónde está mi tío? ¿A ver, dónde?
—¡Allá! —Vicente señaló hacia la ventana del lado derecho.
Esteban volteó en esa dirección.
Pero afuera...
No había absolutamente nada.
—¿Y la gente? ¿No que mi tío iba en bicicleta con una chica en una cita? —dijo Esteban, entre molesto y divertido—. ¡Ya sabía yo que estabas inventando! ¿No te gusta mi carro? ¿Por qué rayos mi tío iría en bicicleta? Y todavía dices que con una chica. ¡Mejor di que llevaba a dos chicas!
Vicente se sentía más que frustrado.
—¡Te juro que lo vi! ¡De verdad! ¡Todo es tu culpa por no parar a tiempo! ¿Quién iba a pensar que el señor Ayala anda tan rápido en bicicleta llevando a alguien?
—Está bien, está bien —Esteban fingió resignación, asintiendo con desinterés—. ¡Todo es mi culpa, te creo, ya! ¿Contento?
Pero ver a Esteban así solo hacía que Vicente se sintiera peor.
¿Por qué?
¿Por qué siempre le pasaba esto?
¡Arghhh!
Esteban volvió a encender el carro y arrancaron.
...
Después de dejar a Úrsula en su casa, Israel regresó a su departamento manejando su propio carro.
Para cuando terminó de bañarse y se metió en la cama ya pasaban de las dos de la madrugada.
Sobre la mesita de noche había un libro, puesto boca abajo.
Israel lo tomó entre las manos.
Al abrirlo, notó que la página que había dejado marcada tenía, en la parte superior, una frase subrayada con rojo.
Regla número 21 para conquistar a una chica: lo más romántico del mundo es llevarla en bicicleta a dar una vuelta emocionante, pero tienes que ir rápido, así ella te abrazará por la cintura.
Al leer esa línea, la imagen de Úrsula abrazándolo mientras iban en bicicleta se le vino a la mente.
Vaya, quién lo diría... ese librito sí que servía de algo.
Definitivamente debía seguir estudiándolo.
Aquella noche, Israel continuó leyendo y anotando hasta pasadas las tres de la madrugada.
—Eso no va contigo.
Esteban hablaba muy casual, pero a Israel se le notaba la tensión.
Si Esteban se hubiera fijado mejor, habría notado que Israel tenía la expresión un poco rara y hasta las manos le temblaban al pasar las hojas de los documentos.
Pero claro...
Esteban era de esos que nunca se fijan en los detalles.
Unos segundos después, Israel levantó la vista y preguntó:
—¿Para qué viniste?
Esteban recordó el motivo principal.
—¡Cierto! Mañana tengo que invitar a alguien muy importante a tomar algo. Tú tienes Hojas de Oro, ¿no? ¿Me puedes regalar un poco?
En todo San Albero y Villa Regia, nadie más tenía Hojas de Oro.
Pero Israel guardaba por lo menos diez kilos en su oficina.
Sin decir mucho, Israel fue al gabinete y sacó un pequeño paquete, se lo tendió a Esteban.
Por el peso, serían unos setenta u ochenta gramos.
Esteban lo tomó y se quejó.
—¡Esto no me alcanza ni para tres rondas! Tío, ¿no puedes darme un poco más?
Israel no dijo nada, solo fue de nuevo al gabinete y le entregó otro paquete igual.
Esteban abrió los ojos sorprendido.
—¡Vaya! El tío tacaño hoy sí se está portando.
¡Dos paquetes de Hojas de Oro, así nomás!
Conociéndolo, en otro momento no habría soltado ni uno.

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