Esteban se inscribió aquí con la intención de mejorar sus habilidades culinarias.
Aunque este lugar quedaba algo lejos del centro de la ciudad, los maestros que contrataban eran reconocidos chefs de alto nivel.
Además, dominaban una gran variedad de estilos de cocina.
Sin embargo, lo que Esteban nunca imaginó fue encontrarse ahí con Israel.
¿Qué hacía Israel en una escuela de cocina?
¿Acaso venía a aprender a cocinar?
¡Imposible!
¡Eso sí que no podía ser!
Su tío era el primero en quejarse del trabajo en la cocina, siempre decía que un hombre de verdad no debía rebajarse a cocinar.
¿O estaría viendo visiones por el cansancio?
Esteban se frotó los ojos hasta estar seguro de que no era una alucinación, y, en cuanto lo confirmó, corrió hacia él.
—¡Tío! ¡De verdad eres tú!
Al escuchar la voz de Esteban, Israel se quedó de piedra.
Sintió un sudor frío recorrerle la espalda.
Él había elegido aquel centro de capacitación precisamente porque estaba lejos de la ciudad, con la esperanza de no encontrarse a nadie conocido.
Pero…
¡Justo vino a toparse con la persona menos indicada!
Definitivamente ese día no era su día de suerte.
—¿Y tú qué haces aquí? —Israel lo miró de reojo, manteniendo su tono cortante y distante.
—Pues… —Esteban dudó un poco, pero de pronto le vino una idea a la cabeza y lo miró con sospecha—. Tío, ¿qué haces aquí? ¡Este es un curso de cocina! No me digas que… ¿viniste a aprender a cocinar?
—¡Por supuesto que no! —Israel negó de inmediato, tajante.
—¿Entonces a qué viniste? —Esteban entrecerró los ojos, escudriñando la situación.
Su instinto le decía que ahí había algo raro.
¡Muy raro!
Justo cuando Israel pensaba en una excusa para despistar a Esteban, este gritó, iluminado por una revelación:
—¡Ah, ya sé! ¡Tío, ya sé por qué estás aquí!
—No inventes cosas —Israel frunció el ceño, su voz más seca aún—. No es lo que piensas...
Pero antes de que Israel terminara, Esteban se le colgó del brazo, visiblemente emocionado:
—Por cierto, tío, ¿cómo supiste que me inscribí aquí?
Israel: ¿Qué?
¡Esteban también estaba en este curso!
¿Y ahora cómo iba a regresar a tomar sus clases?
Cada clase costaba seiscientos pesos.
¡Y todavía le quedaban ocho!
—Soy tu tío —Israel le lanzó una mirada de esas que no admiten réplica—. ¿De verdad crees que puedes ocultarme algo?
Esteban soltó una risita.
—Eso sí es cierto.
Poco después, en la cabina comenzó a sonar la ópera, con sus notas agudas recorriendo el ambiente.
Esteban se recostó en su asiento.
—Tío, por mí hasta aprendiste a escuchar ópera y ahora manejas hasta estos rumbos sólo para recogerme. ¿No crees que me consientes demasiado?
Mientras hablaba, Esteban le dio unas palmaditas en el hombro a Israel, con un gesto tan meloso que resultaba imposible no notar el exceso.
—Compórtate y deja de estar de confianzudo —Israel sintió que la piel se le erizaba de pura incomodidad.

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