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La Cenicienta Guerrera romance Capítulo 248

Eso es falso, seguro es mentira.

Por el contrario, los Gómez celebraban con euforia.

Gael, sin perder tiempo, preguntó:

—¿Entonces ya podemos pasar a ver a mi mamá?

—Claro que sí.

Úrsula asintió con tranquilidad.

—Síganme, por favor.

Todos siguieron a Úrsula hacia la sala de aislamiento.

Justo en ese momento, Eloísa despertó. Miró a su alrededor, desorientada, y se llevó una mano a la frente. Aunque su voz aún sonaba débil, ya no tenía ese aspecto pálido de antes; poco a poco el color regresaba a su cara.

—¿Qué... qué me pasó?

Al ver esto, el semblante de Alejandra se descompuso por completo.

¿Cómo podía ser posible?

Ella estaba segura de que encontraría el cuerpo de Eloísa.

Jamás imaginó que Eloísa despertaría así, ¡viva y coleando!

¿Pero qué demonios había pasado?

¿Acaso esa chavita de cabello amarillo sí había logrado salvarla?

Imposible.

¿A poco una muchacha tan joven podría tener semejantes conocimientos médicos?

No, seguro fue pura suerte, como cuando un gato ciego atrapa un ratón. Eloísa debió despertar gracias al tratamiento del hospital, y Úrsula solo se colgó la medalla sin merecerla.

Eloísa notó claramente cómo su energía regresaba. Al ver los rostros de sus hijos, nueras y nietos, les sonrió con calidez:

—No, no me duele nada. Estoy bien, mis niños, no tienen que preocuparse.

Nancy, aún con la voz entrecortada, añadió:

—Mamá, ni se imagina lo grave que estuvo. El doctor Estévez ya nos había dicho que fuéramos preparando todo para despedirnos. Pero tuvimos suerte, la doctora Méndez estuvo con usted, y en serio, ¡le debemos la vida!

—Así es, mamá, Nancy tiene razón. La doctora Méndez es una bendición para la familia Gómez.

—¿Doctora Méndez? —Eloísa parecía recordar vagamente a una joven pinchándole el brazo, pero no distinguía si era un sueño o realidad—. ¿Y ella dónde está? ¿Dónde está la doctora Méndez?

—Señora, aquí estoy —Úrsula se adelantó, acercándose a la cama.

Al verla, los ojos nublados de Eloísa se abrieron de par en par por la sorpresa. Por un instante se quedó petrificada, y de pronto se aferró a la mano de Úrsula, con las lágrimas brotando sin control.

—¡Ami! ¡Ami! ¡Mi Ami, por fin volviste! ¡Regresaste a buscar a tu abuelita, qué felicidad! Ahora entiendo que no estaba soñando...

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