Alejandra se quedó mirando a Úrsula, con una expresión cargada de burla.
No podía creerlo: hoy, ella era la invitada más importante de la familia Gómez y, aun así, Úrsula no parecía entender quién llevaba la batuta en esa casa.
Cuanto más lo pensaba, más coraje sentía.
Siempre había creído que personas tan despistadas como Úrsula sólo existían en las novelas, pero resulta que en la vida real también había gente así.
En fin, lo que hay que ver.
Justo entonces, Eloísa intervino con una sonrisa amable:
—Úrsula, la verdad no sabía bien qué te gusta, así que le pedí al personal de la cocina que preparara varios platillos. Pruébalos y dime si alguno te convence.
—Señora, si hasta una comida así de elaborada es para comer “lo que sea”, ¿entonces qué me queda a mí en los días normales? —Úrsula le contestó a Eloísa, con una sonrisa—. Señora, esto está demasiado lujoso, ¿cómo cree que me voy a sentir a gusto?
Úrsula ya había estado antes en Río Merinda, así que no le sorprendía la hospitalidad tan formal de los Gómez.
Al escucharla, Alejandra estuvo a punto de poner los ojos en blanco.
¿En serio Úrsula pensaba que la familia Gómez había organizado todo eso especialmente para ella?
—¡Qué descaro! —pensó con molestia—. Si no fuera por mí, ni siquiera la habrían invitado a probar algo tan especial.
Sentía que Úrsula sólo estaba aprovechando la ocasión sin darse cuenta de su suerte.
—Si no fuera por mí, ¿de verdad crees que Úrsula estaría sentada aquí comiendo este banquete? Ni en sueños —se dijo Alejandra, sintiéndose indignada por la actitud de Úrsula.
Eloísa, sin perder la compostura, se apresuró a decir:
—Claro que puedes sentirte cómoda, Úrsula. Mira, dejando todo lo demás de lado, eres la persona que me salvó la vida.
¿Salvarle la vida? Para Alejandra, eso era sólo una exageración. Según ella, lo de Úrsula no pasaba de una casualidad afortunada y mucho menos un acto heroico.
Pensó que Eloísa sólo estaba siendo cortés, pero lo que más le molestaba era que Úrsula parecía tomárselo muy en serio.
En ese momento, Lydia se acercó a Alejandra con una sonrisa y le indicó su lugar:
—Ale, siéntate aquí.
Alejandra se sentó junto a Yahir, y le habló con voz suave y coqueta:
—Yahir.
—Señorita Garza —respondió él, inclinando la cabeza con cortesía.
—No tienes que ser tan formal, dime Ale —le sugirió, sonriendo.
Yahir no contestó, sólo le regaló una sonrisa educada.
Yahir tenía un atractivo fuera de lo común. Su sonrisa iluminaba la sala, y sus ojos, tan brillantes como estrellas, le daban un aire cálido y encantador.
Alejandra sentía que se ahogaba en su sonrisa.
—¡Dios mío! —pensó, sintiendo cómo el corazón le latía más rápido—. ¡Yahir me acaba de sonreír! Y esa mirada... hasta parece que siente lo mismo por mí.
Quizá, sólo quizá, Yahir también se había enamorado de ella a primera vista. ¿Y si sí?

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