Fabián no era ningún ingenuo, tenía perfectamente claro lo que estaba haciendo.
¿Y qué si tenían la misma sangre?
Hace mucho había perdido toda esperanza en ese supuesto hijo biológico, en la nuera y hasta en la nieta.
Estaba profundamente decepcionado.
A decir verdad, cuando firmó el documento para cortar relaciones, Fabián solo sentía esa desilusión por José Luis y Fabiola.
Aún guardaba un poco de fe en Virginia.
Después de todo...
Virginia era su nieta de sangre.
Ese lazo era real, y para Fabián, los problemas de los adultos no debían salpicar a los niños.
Pero bastaron dos encuentros más para que Fabián viera el verdadero rostro de esa nieta.
Recordaba perfectamente cuando Fabiola le gritó en la cara, apuntándole con el dedo, llamándolo viejo sinvergüenza.
En ese momento, Fabián pensó que Virginia, su nieta, saldría en su defensa.
Pero no.
La reacción de Virginia fue todavía más cruel que la de Fabiola.
¿Qué le había dicho Virginia exactamente?
Lo recordó palabra por palabra: —Mi mamá tiene razón, viejo, deberías mirarte bien en el espejo. Ahora ya no estamos en el mismo nivel. Mejor ni te me acerques, porque si lo haces no me hago responsable de lo que te pueda pasar.
Esas palabras le calaron hondo. Un vacío helado se apoderó de él.
Ser llamado viejo por tu propia nieta...
Ese dolor, difícilmente alguien podía entenderlo.
Desde ese día, Fabián tomó una decisión en silencio.
A partir de entonces, para él, solo Úrsula era su nieta.
...
Al escuchar las palabras de Fabián, Virginia estuvo a punto de romper en llanto de la impotencia.
—Abuelo, soy Virgi... ¿Ya no quieres a tu Virgi?
Su voz temblaba entre el miedo y la tristeza.
En el pasado, siempre era Úrsula quien se ponía enfrente, protegiéndolo de todo y de todos, soportando tempestades por él.
Esta vez, le tocaba a él ponerse delante de su nieta, dispuesto a enfrentar cualquier tormenta con tal de protegerla.
Con esa decisión firme, Fabián miró a Virginia y le soltó con voz dura:
—Deja de llamarme abuelo. Mi única nieta es Úrsula.
Ahora sí, el miedo de Virginia era real.
Jamás, en toda su vida, había escuchado ese tono tan cortante en la voz de Fabián.
¿De verdad la iba a rechazar por completo?
Virginia rompió en llanto:
—¡Abuelo, pero soy tu nieta de verdad!
Fabiola y José Luis se miraron de reojo.
Después, Fabiola abrió la boca para intentar suavizar la situación:
—Papá, entre familia no hay resentimientos que duren. Además, aquí estamos, viniendo a verte en persona. Y bueno... Ya sabemos que siempre te oponías a que José Luis tomara mi apellido, ¿no? Pues mira, lo platicamos y decidimos que Virgi se va a cambiar el apellido. Ahora va a ser Méndez, para que la familia Méndez tenga un heredero.

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