No tiene nada de divertido.
—¿No has comido? —Antonella frunció el ceño al escuchar que su hijo hablaba tan bajo—. Eres un hombre, no una niña asustada, ¡háblame más fuerte!
Aarón no tuvo más remedio que alzar la voz.
—¡Ya entendí, mamá!
Entonces Antonella, ya satisfecha, le dio unas palmadas en la cabeza y, en un tono mucho más suave, añadió:
—Eso es lo que quiero ver, ánimo. No andes todo cabizbajo, como si te estuvieras marchitando.
Al terminar, Antonella pareció recordar algo importante.
—Por cierto, ¿ya tomaste tu medicina hoy?
—Todavía no —negó Aarón con la cabeza.
Al escuchar a su hijo, Antonella mandó llamar de inmediato a una de las empleadas para que le acercaran la medicina. No se fue hasta verlo tragar la pastilla, asegurándose de que no quedara ni rastro de duda.
...
Familia Solano.
Úrsula estaba en la habitación de Álvaro Solano, aplicándole acupuntura.
Una aguja tras otra.
Sus manos se movían tan rápido que parecían dejar un rastro en el aire.
En pocos minutos, el cuerpo de Álvaro había quedado cubierto de finas agujas doradas que brillaban bajo la luz.
Pasada media hora, Úrsula comenzó a retirarlas una a una.
Al quitar la última aguja, notó algo extraño; una sombra cruzó su rostro. Se acercó a la puerta, la abrió y miró a Carmen, que esperaba afuera.
—Carmen, ¿puedes ir a buscar a mi abuela?
—Por supuesto, señorita Úrsula.
Ya se acercaba la Navidad.
Los ocho tíos de la familia Gómez, junto con sus esposas y los trece primos, habían regresado a Río Merinda.
Marcela estaba sentada con Eloísa y Fabián recortando adornos para las ventanas cuando Carmen llegó con el recado de su nieta. Marcela dejó las tijeras y se levantó de inmediato.
—Comadres, Fabián, voy a ver qué se le ofrece a Ami.
Fabián y Eloísa asintieron.
—Ve tranquila, no la hagas esperar.
—Ami, ¿por qué tantas preguntas de repente?
El semblante de Úrsula se volvió más severo.
—Abue, empiezo a sospechar que no solo el accidente de hace diecinueve años fue provocado, sino que mi papá ha estado postrado en cama por culpa de alguien.
—¡No! —Marcela retrocedió varios pasos, como si le hubieran dado un golpe en la cabeza—. ¿Quieres decir que alguien envenenó a tu papá? ¿Por eso no ha podido despertar en tantos años?
Un sudor frío le recorrió la espalda, a pesar de que la habitación estaba calientita.
—No es tan sencillo —explicó Úrsula, intentando mantener la calma—. No usaron un veneno común. Mientras hacía la acupuntura, noté un residuo verdoso en las agujas. No es tóxico, pero si se acumula en el cuerpo durante mucho tiempo, anula el efecto de cualquier medicamento. En resumen, todo el tratamiento que ha recibido mi papá ha sido inútil.
Por eso, la última vez que Úrsula le tomó el pulso a Álvaro, no notó nada fuera de lo normal.
Ni siquiera un análisis de sangre lo detectaría, ya que esa sustancia no es un veneno, incluso puede parecer beneficiosa en pequeñas cantidades. Pero para alguien que lleva años dependiendo de medicamentos, es una trampa mortal.
Marcela se tambaleó, casi perdiendo el equilibrio.
—Entonces, ¿quién? ¿Quién podría haber hecho algo así?
¿Qué clase de odio lleva a alguien a querer destruir a alguien que ya está derrotado?
Mientras Marcela se dejaba llevar por el pánico, Úrsula mantuvo la compostura, sosteniendo a su abuela por el brazo.
—Abue, solo pregúntate: ¿a quién le convenía que mi papá quedara así? Esa persona es el verdadero responsable.

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