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La Cenicienta Guerrera romance Capítulo 320

—Está bien —asintió Marcela con una sonrisa tranquila.

Úrsula subió al carro abrazando al cachorrito, mientras Eloísa propuso:

—Ami, ¿por qué no le pones tú el nombre?

—Abuelita, mejor póngaselo usted.

Eloísa, al escuchar eso, no pudo evitar sentirse querida y especial como abuela, así que, sonriendo, dijo:

—Ami, lo encontraste en la mañana de Año Nuevo, ¿verdad? ¿Qué te parece si le llamamos Amanecer?

—Me parece perfecto —respondió Úrsula mientras acariciaba la cabecita del perrito—. Amanecer, ya tienes nombre, fue la abuelita quien te lo puso.

Amanecer pareció entender, porque soltó un suave —Guau— que lo hacía ver aún más tierno.

Marcela, por su parte, llamó a la casa para pedirle al mayordomo que preparara un espacio con cama y comida para el nuevo miembro peludo de la familia.

...

En la mansión de la familia Solano

Cuando Úrsula apareció cargando un perrito todo sucio, Alejandra no pudo evitar torcer la boca. ¡Qué campesina! ¿Ahora la mansión Solano era refugio de animales o qué?

Y lo peor era que Marcela, en vez de regañarla, estaba más que de acuerdo. ¡Pura preferencia! Siempre lo mismo.

Alejandra pensó que si ella llegara a casa con un perro callejero, seguro Marcela la reñiría hasta cansarse. Para la abuela, solo existía su nieta consentida. ¿Y ella? Ni como piedra en el camino contaba para Marcela. Qué ridículo.

Aunque le molestaba ver a Úrsula llegar con ese cachorro, no dejó ver nada en su cara. Al contrario, sonrió y dijo:

—Ami, ¡este perrito está lindísimo! ¿Ya le pusieron nombre?

—Se llama Amanecer —respondió Úrsula, con voz tranquila.

—Muy bonito el nombre —comentó Alejandra, fingiendo alegría.

De pronto, como si algo se le hubiera ocurrido, Alejandra añadió:

—Por cierto, Ami, ya tengo listos los regalos de Navidad para ti y para Pedro. Estaba esperando que volvieras para dártelos en persona.

Dicho esto, miró a una empleada:

—Samuela, ve y trae los regalos que preparé para Ami y Pedro.

—Enseguida, señorita.

Señorita. Otra vez con el dichoso “señorita”. ¡Qué coraje!

Apenas escuchó ese título, una chispa oscura apareció en los ojos de Alejandra. Algún día, ella sería la que mandara en la familia Solano. Y entonces, todos tendrían que llamarla jefa.

No pasó mucho cuando Samuela bajó con dos cajas. Alejandra tomó una y se acercó a Pedro, poniendo un tono dulce:

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