¿No respira?
¿Aarón no respira?
Al escuchar esa respuesta, Leandro Blanco y Antonella se quedaron paralizados.
Antonella fue la primera en reaccionar.
—Marta, ¿qué estás diciendo? ¡Aarón no puede estar sin respirar! Seguro que solo nos está jugando una broma.
Sí.
Seguro que es eso.
¡Su hijo solo quería asustarla!
Después de todo, su hijo tomaba sus medicinas todos los días y estaba bien de salud.
Antonella intentaba tranquilizarse.
Pero la voz de Marta comenzó a quebrarse. Aarón también había crecido bajo su cuidado.
—Señora, no estoy diciendo cosas sin sentido… El joven Aarón de verdad parece que no respira. Si no me cree, venga a verlo usted misma.
Leandro Blanco se agachó de inmediato, levantó a su hijo en brazos.
—¡Aarón, Aarón, despierta!
Aarón no reaccionó en absoluto.
Parecía un muñeco de trapo, caído y sin vida.
El pánico se apoderó de Leandro Blanco, que enseguida acercó su mano para sentir si Aarón respiraba.
Justo como Marta había dicho.
No había ningún signo de respiración.
¡Su hijo no respiraba!
—¡Aarón! —la voz de Leandro se quebró en un grito desesperado—. ¡Hijo, soy tu papá!
Antonella también entró en pánico, su cara perdió el color, y gritó:
—¡Aarón, Aarón, despierta! Si sigues así, mami se va a enojar, ¿me oyes?
Leandro se volvió hacia Antonella, fuera de sí, y gritó:
—¿¡Qué haces ahí parada!? ¡Llama a emergencias ya! ¡Rápido, llama ya!
Aarón era su único hijo.
Leandro no podía ni imaginar qué haría si algo le pasaba a su pequeño.
—Sí, sí —dijo Antonella, manos temblorosas mientras sacaba el celular y marcaba.
Leandro seguía dando vueltas con su hijo en brazos, desesperado, sin saber qué hacer.
—¡Aarón, no le hagas esto a tu papá! ¡Aarón, Aarón…!
En ese momento, el sonido de la ambulancia resonó desde afuera.
Al escucharlo, Leandro sintió que le devolvían el alma al cuerpo. Sin pensarlo, tomó a Aarón y corrió escaleras abajo.
Antonella lo siguió, tambaleándose.
Al llegar, los paramédicos los recibieron.
La ambulancia no tardó nada.
En menos de quince minutos, llegaron al hospital más cercano.
La situación de Aarón era crítica. Nada más llegar, los médicos usaron el desfibrilador.
Leandro y Antonella esperaban, angustiados, afuera de la sala de emergencias.
Antonella, desesperada, se apoyó contra la puerta del quirófano, gritando:
—¡Aarón, Aarón! ¡Mamá se equivocó, de verdad me equivoqué! ¡No debí decir que fingías! ¡Por favor, ponte bien, mi amor!
—¡Aarón, mi niño!
El llanto de Antonella era desgarrador.
Leandro se veía igual de mal, los ojos rojos y la cara llena de preocupación.
Después de un rato, Antonella, exhausta de tanto llorar, notó que su esposo no decía ni una palabra. Lo miró y le tomó la mano, suplicante.
—Leandro, Aarón va a estar bien, ¿verdad?

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